Ross Geller y la chica de las fotocopias
Ya ha quedado claro que sit-coms ha habido toda la vida, desde Embrujada y la familia Brady. Antes incluso. Aquí podían estar Seinfeld y Kramer, o la pandilla de Compañeros o el increíble desfile de bellezas de Al Salir de Clase y 90210, pero la serie que hizo cambiar el modo de escribir no solo guiones, sino novelas, fue Friends: seis personajes, seis universos que se entremezclan, sentido del humor ácido y una estructura más propia del folletín que de la televisión. La cara amable de los tristes noventa, los 4 Non Blondes televisivos: la pija, la maniática, la esotérica, el guapo insustancial, el graciosete y el culto soseras.
¿Quién no podía jugar a ser alguno de esos personajes?
Los que no se enamoraron de Courtney Cox, nos enamoramos de Jennifer Aniston. Su historia de amor con Ross Geller era bonita porque Ross era un “loser” con todas las letras. Un paleontólogo, ni más ni menos. En el fondo, el argumento de Friends a lo largo de los años no fue más que variaciones sobre la relación entre Ross y Rachel, incluyendo amores y arrepentimientos y esa maravillosa “pausa” que se toman porque a Rachel le gusta un compañero de trabajo y Ross aprovecha para ligarse a la de los fotocopias, como si al cruzar los dedos uno se hiciera inmune a la moral, como si no hubiera un compromiso que en el fondo no pudiera ser roto con una buena excusa. Como si nos estuviera todo permitido, que era exactamente lo que pensábamos todos los adolescentes durante esa década maldita.
Guillermo Ortiz/Jot Down
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