Yo quiero creer que el señor
Valle-Inclán advierta en ocasiones cómo le brincan en el pecho ansias de vida
libre e instintiva y hasta deseos de verter la cantarella, el veneno de los
Borgia, en los manjares de algún banquete; pero ente el espectro rígido de los
códigos, resuelve, con un muy buen acuerdo, amar tan sólo aquellos tiempos y
aquellos héroes como una tradición familiar. Por un fenómeno de alquimia
espiritual, el autor de Sonata de estío, alma del quattrocento, se convierte en
un diletante del Renacimiento, y así aquellos ideales aparecen como exacerbados
en un culto amanerado y vicioso. ¡Es la triste suerte de los hombres
inactuales! Zarathustra, como temperamento, no ha sido sino un diletante del
individualismo en estos pobres tiempos de democracia.
Pero aún hay más rasgo en el
señor Valle-Inclán que hacen de él artista raro, flor de otras latitudes
históricas.
Hoy todos somos tristes: unos
tienen la tristeza ornada de sonrisas buenas, otros son quejumbrosos y
fatídicos hasta ponernos el corazón en un puño; pero es un hecho que el pesimismo
juega con nosotros como un bufón macabro. La literatura francesa naturalista ha
sido una queja prolongada, un salmo lamentoso para los desheredados. Dickens
llora por los pobres de espíritu. Los novelistas risos no presentan sino
harapos, hambre e ignonimias. El arte que comenzó danzando, se ha tornado hosco
y regañón, y contribuye harto a amargarnos la pésima existencia de
neurasténicos. Los artistas, presintiendo acaso un crepúsculo en su historia,
se han vuelto ingratos y amenazadores como profetas que se alejan. Todas las
dificultades de la lucha por la existencia han asaltado la fantasía de los
escritores y han ganado derecho de ciudadanía en la creación literaria. La
novela moderna, desde Balzac, gran deudor, es la vida nerviosa y enferma de la
falta de dinero, de la falta de voluntad, de la falta de belleza, de la falta
de sanidad corporal o de la falta de esos otros aditamentos morales, como el
honor y el buen sentido. Es la literatura de los defectos.
La literatura del señor
Valle-Inclán, por el contrario, es ágil, sin transcendencia, bella como las
cosas inútiles, regocijada aun en sus mujeres pálidas y en sus moribundas;
galante como una charla de Versallles, llena de poderío amoroso y caballeresco,
y no digo tónica y reconstituyente, porque no estaría bien. Los personajes de
Sonata de estío no tienen que luchar con los pequeños inconvenientes que para
gozar de la vida a fauces anchas son las severas y arrugadas consejas de la
moral contemporánea, y así su lectura es amable y da al ánimo solaz y recreo.
En estas ficciones bien halladas descansan los nervios de la tristeza
circundante.
José Ortega y Gasset
La lectura, febrero de 1904
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