jueves, 26 de julio de 2012

0 La sonata de estío, de Don Ramón del Valle-Inclán (II)


Yo quiero creer que el señor Valle-Inclán advierta en ocasiones cómo le brincan en el pecho ansias de vida libre e instintiva y hasta deseos de verter la cantarella, el veneno de los Borgia, en los manjares de algún banquete; pero ente el espectro rígido de los códigos, resuelve, con un muy buen acuerdo, amar tan sólo aquellos tiempos y aquellos héroes como una tradición familiar. Por un fenómeno de alquimia espiritual, el autor de Sonata de estío, alma del quattrocento, se convierte en un diletante del Renacimiento, y así aquellos ideales aparecen como exacerbados en un culto amanerado y vicioso. ¡Es la triste suerte de los hombres inactuales! Zarathustra, como temperamento, no ha sido sino un diletante del individualismo en estos pobres tiempos de democracia.
Pero aún hay más rasgo en el señor Valle-Inclán que hacen de él artista raro, flor de otras latitudes históricas.
Hoy todos somos tristes: unos tienen la tristeza ornada de sonrisas buenas, otros son quejumbrosos y fatídicos hasta ponernos el corazón en un puño; pero es un hecho que el pesimismo juega con nosotros como un bufón macabro. La literatura francesa naturalista ha sido una queja prolongada, un salmo lamentoso para los desheredados. Dickens llora por los pobres de espíritu. Los novelistas risos no presentan sino harapos, hambre e ignonimias. El arte que comenzó danzando, se ha tornado hosco y regañón, y contribuye harto a amargarnos la pésima existencia de neurasténicos. Los artistas, presintiendo acaso un crepúsculo en su historia, se han vuelto ingratos y amenazadores como profetas que se alejan. Todas las dificultades de la lucha por la existencia han asaltado la fantasía de los escritores y han ganado derecho de ciudadanía en la creación literaria. La novela moderna, desde Balzac, gran deudor, es la vida nerviosa y enferma de la falta de dinero, de la falta de voluntad, de la falta de belleza, de la falta de sanidad corporal o de la falta de esos otros aditamentos morales, como el honor y el buen sentido. Es la literatura de los defectos.
La literatura del señor Valle-Inclán, por el contrario, es ágil, sin transcendencia, bella como las cosas inútiles, regocijada aun en sus mujeres pálidas y en sus moribundas; galante como una charla de Versallles, llena de poderío amoroso y caballeresco, y no digo tónica y reconstituyente, porque no estaría bien. Los personajes de Sonata de estío no tienen que luchar con los pequeños inconvenientes que para gozar de la vida a fauces anchas son las severas y arrugadas consejas de la moral contemporánea, y así su lectura es amable y da al ánimo solaz y recreo. En estas ficciones bien halladas descansan los nervios de la tristeza circundante.

José Ortega y Gasset
La lectura, febrero de 1904

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