Mayor
Oreja: "Cayetano, lo van a matar"
El
primer recuerdo que me asalta de aquellos primeros instantes es la llamada que
recibo a las 17:00 horas de la secretaria particular del ministro del Interior:
"dice el ministro que subas inmediatamente". En su despacho de la
segunda planta del Palacete de Castellana 5 que alberga al Ministerio del
Interior, Jaime Mayor es consciente desde el primer momento
que se trata de un asesinato a cámara lenta. A la vista de la gravedad de las
noticias que se van recibiendo, ha tenido que interrumpir una reunión con el
que había sido su antecesor en el Ministerio, Juan Alberto Belloch,
que de sobra sabía lo que eran esos momentos para quien es responsable de la
cartera sin duda más dura del Gobierno. Con la cara surcada por la preocupación
y la tristeza, con la vista baja, el ministro me dice: "Cayetano, lo van a matar.
Sólo un milagro haría posible que lo encontráramos y le pudiéramos salvar la
vida". Eran las 17:15 horas de la fatídica tarde del jueves 10 de julio.
Quedaban tan sólo veintidós horas y cuarto para que ETA cumpliera su amenaza.
¿Por
qué llegó tan rápido Jaime Mayor a esa terrible conclusión? Por dos motivos:
primero, porque en el terreno de los principios, él sabía mejor que nadie que
el Gobierno no podía ceder ni un milímetro al chantaje planteado por ETA. Al
llegar al Gobierno, catorce meses antes, Mayor Oreja, de acuerdo con el
Presidente Aznar, había cortado todas las vías de
contacto, de tomas de temperatura que tenía establecidas con ETA el
último Gobierno del PSOE. La banda terrorista sabía que el Gobierno del PP iba
a derrotarla, con el Estado de Derecho por delante, con la acción policial, con
la colaboración internacional. Y esa política antiterrorista estaba comenzando
ya a dar sus primeros resultados.
En
segundo lugar, el ministro del Interior tenía muy reciente la experiencia, en
el terreno operativo-policial, de lo que había costado encontrar el
"agujero" donde estaba secuestrado Ortega Lara. Desde que la Guardia
Civil tuvo la primera pista con cierto fundamento sobre el posible paradero del
funcionario de prisiones hasta que localizó el lugar donde estaba secuestrado
pasaron siete meses.Era
por lo tanto un imposible que en sólo cuarenta y ocho horas se pudiera
encontrar a Miguel Ángel Blanco, con lo fácil que resultaba
esconder a una persona un periodo de tiempo tan breve, sin llamar la atención,
en cualquier punto del País Vasco o zonas limítrofes. Pero, no obstante, y como
no podía ser de otra forma, se pusieron todos los medios para localizarle.
Cayetano González/Libertad Digital
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