Cuando se le preguntó ayer por la muerte en accidente de un defensor de los derechos humanos en Cuba, Cayo Lara lo zanjó con «un fallecido más de los que se matan en carretera». Más allá del desprecio resulta curiosa la respuesta en quien no dudaría en atribuirle a Franco los muertos por constipado durante la dictadura.
Para conocer a ciertos hombres basta con moverles las respuestas. «El acercamiento de presos [etarras]», dijo hace seis meses el líder de IU, «es una cuestión de humanidad y los familiares tienen que desplazarse kilómetros y kilómetros para ver a sus seres queridos». ¿Y qué le parece a usted la muerte del hermano de un terrorista en un accidente de tráfico? «Un fallecido más de los que se matan en carretera». Hace dos años, cuando se pudrió de hambre en las cárceles cubanas el disidenteZapata Tamayo, Willy Toledo se apresuró a calificarlo como «un delincuente común». «¿Qué opina de la huelga de hambre de De Juana Chaos en un hospital, señor Toledo?». «No es más que un delincuente común».
Yo siempre creí que las dictaduras se sostienen en el exterior por un oscuro ejército compuesto por mercenarios del pensamiento, hijos de puta genéticos y la profundísima acción erosiva de los tontos, pero ya sólo quedan los últimos. Bailando sus respuestas a preguntas sobre víctimas y terroristas se puede alcanzar a ver, hasta el último píxel, no tanto su pequeña miseria humana como su incapacidad intelectual.
El festival Alcances de Cádiz estrena en septiembre un divertido, duro y bellísimo documental: Fragay Fidel, sin embargo, donde Manuel Fernández-Valdés recoge el poso palmero, profundamente filosófico, que rodeó la visita de Castro a Galicia en 1992, y el enamoramiento entre el alumno fetén del franquismo y el jefazo comunista, a quien se le regala un caballo blanco en el centro de Santiago entre el fervor de la masa, que hace que el animal entre en pánico. Fraga y Fidel beben, cantan, brindan y juegan las cartas. Valdés debería ponerle palco a Cayo Lara y prismáticos de ópera para que pueda distinguir de qué lado está él; total, siempre será el lado equivocado.
Una virtud hay que reconocerle a los totalitarismos: su capacidad para dividir a los hombres que toman partido sobre ellos. A un lado los lectores de Orwell; al otro, cerdos con dos patas.
Manuel Jabois / El Mundo
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