La
Guardia Civil -¡menos mal que en la lucha antiterrorista nos queda la Guardia
Civil! clamaba poco antes de su muerte, el exmiembro de ETA que acabó primero
en Euskadiko Ezkerra y mas tarde en el PSE, Mario Onaindía-, en una brillante
operación policial liberaba al funcionario de prisiones José
Antonio Ortega Lara que
fue secuestrado por ETA en enero de 1996 y que permaneció torturado, privado de
libertad, 532 días con sus noches en un inmundo "zulo" construido por
los etarras en una nave industrial situada a las afueras de la localidad
guipuzcoana de Mondragón.
Toda España vibró, lloró, se emocionó, con la liberación de
Ortega Lara, aunque también toda España fue un poco mas
consciente –al
ver en televisión el rostro demacrado, la vista perdida, el cuerpo hecho una
piltrafa del funcionario de prisiones al llegar a su casa de Burgos- de la
inmensa crueldad de la banda terrorista ETA, y eso que desde su nacimiento en
1959 ya había perpetrado un buen número de ellas. Pero el cúmulo de crueldades
de la bestia del hacha y de la serpiente no estaba ni mucho menos agotado.
Jueves 10 de julio de 1997, 4 de la tarde. En
el gabinete telegráfico del Ministerio del Interior se recibe una llamada de un
ciudadano pidiendo hablar con la secretaría particular del Ministro. No es lo
normal, pero hay tantas cosas tan poco normales en ese Ministerio que el
funcionario que atendió el teléfono pasó la llamada sin preguntar más detalles.
Una de las secretarias del ministro descuelga el teléfono y se quedó helada con
lo que oyó al otro lado del teléfono: "Hijos de puta. Lo de Ortega
Lara lo vais a pagar. ¡Gora Euskadi Askatuta!". Hacía
treinta y cinco minutos que un joven y desconocido -antes de este trágico momento-
concejal del PP del Ayuntamiento de Ermua, Miguel Ángel Blanco, había sido
secuestrado por ETA. La banda terrorista daba cuarenta y ocho horas al Gobierno
para que acercara a todos los presos etarras a las cárceles del País Vasco. Si
no lo hacía, lo matarían. Era un asesinato a cámara lenta.
Y es aquí donde se empiezan a agolpar los recuerdos, las
vivencias de aquellas dramáticas y angustiosas horas que tuve la ocasión de
vivir muy en primera personas debido a mi trabajo como director de Comunicación
del Ministerio del Interior. Unas vivencias y unos recuerdos que tengo muy
grabados, no sólo en la memoria, sino sobre todo en el corazón, y que en estos
años se han revuelto cuando uno ha podido ver tanta inmundicia, tanta
estupidez, tanta falta de principios en los gobernantes y responsables
políticos que han aplicado o siguen aplicando una política de apaciguamiento,
de buscar la reconciliación, el perdón dicen otros, para lograr el final de esa
banda de terroristas que ha asesinado a 858 personas, todas inocentes, y
heridas a varios miles más.
Cayetano González/ Libertad Digital
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