800 años se cumplen hoy. 800 hace
desde que la unión entre tres reyes españoles significara un enorme cambio en
el porvenir de España y de Europa. El Rey Alfonso VIII de Castilla, alarmado por
la amenaza expansionista musulmana, que ya dominaba Al-Ándalus
desde mediados del siglo XII, organiza una cruzada conjunta con el
Reino de Navarra y la Corona de Aragón contra
los almohades, gracias a la mediación del Arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, y el Papa Inocencio III. Diferentes milicias de estos
reinos cristianos, unidas contra el enemigo común. Medina del
Campo, Madrid,
Soria,
Palencia,
Almazán,
Medinaceli,
Béjar
o San Esteban de Gormaz fueron algunas de
las milicias más importantes por parte de los castellanos. A las tropas de Navarra
y Aragón, también hay que añadir otras provenientes desde Europa, sobre todo
desde Narbona,
Burdeos
y Nantes.
En total, unos 100 mil hombres por parte de los reinos cristianos. Por parte
musulmana, el ejército del Califa almohade Muhammad
An-Nasir, reunía en torno a 120 mil hombres entre infantería
ligera marroquí, infantes voluntarios de Al-Ándalus,
caballería africana, tropas de Egipto y Libia, y esclavos de Senegal.
16 de julio de 1212. Santa
Elena, Jaén. Con las primeras
luces del día, se puso en marcha el avance cristiano, hostigado por una lluvia
de flechas. Los almohades, que doblaban ampliamente en número a los cristianos
en aquel lugar, llevaron a cabo la misma táctica que años antes les había dado
tanta gloria: los voluntarios y arqueros de la vanguardia, simulaban una
retirada inicial frente a la carga, para contraatacar luego con el grueso de
sus fuerzas de élite del centro y atacar sin descanso. A su vez, los flancos de
caballería ligera almohade, equipada con arco, trataban de envolver a los
atacantes. En el Cerro de los Olivares,
muy cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo
una lluvia de flechas de los almohades. Querían alcanzar el palenque
fortificado donde Al Nasir había plantado su tienda roja y donde leía sobre su
escudo el Corán. Como estaba previsto, la vanguardia cristiana era comandada
por el vasco Diego López de Haro II, que con jinetes e
infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga,
quedando frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias enteras, como
la de Madrid, fueron aniquiladas.
Al verse rodeados éstos por las
fuerzas almohades, acude la segunda línea de combate cristiana. Tras ella atacó
la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como
núcleo duro, aunque sin lograr romper tampoco la resistencia almohade. Pero
habiendo avanzado mucho, y rodeados por los enemigos, los cristianos comenzaron
a sufrir una situación crítica: junto a López de Haro, a quien sólo quedaban
cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y
santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían luchando hasta el final.
Todo era insuficiente, la batalla parecía perdida. Rodeados, los cristianos no
podían maniobrar: ya no sólo peleaban por la victoria, sino por la vida
Las tropas de López de Haro, recordado históricamente tras la batalla como el hombre que repartió entre los más necesitados de las tropas castellanas su parte del botín, habían sufrido terribles bajas. Al ver retroceder a los cristianos, los musulmanes rompieron su formación para perseguirles exaltados, lo cual fue un grave error táctico que los cristianos supieron aprovechar de forma inteligente. Los flancos de la milicia cargaron contra los flancos del ejército almohade, estirados hacia el centro, igualándose ambos bandos en apuros. Fue entonces cuando Alfonso VIII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva con
Las
mesnadas, que eran lo más granado del ejército cristiano, se lanzaron entonces por
el centro que la caballería enemiga había dejado abierto al lanzarse tras los
cristianos. Por si esto fuera poco, para los musulmanes se había producido la
retirada de los guerreros andalusíes como venganza por la muerte de Abén Cadis.
La carga de los reyes y caballeros cristianos infunde ánimos que hacen renovar
el brío de la infantería contra los musulmanes. Según algunas fuentes, fue
cuando el propio rey Sancho VII de Navarra aprovechó la ocasión y se dirigió
directamente a la tienda de Al-Nasir. Los caballeros navarros, junto con parte
de su flanco, atravesaron su última defensa. A partir de ahí, todo se sucedió
en un desastre musulmán: el ejército almohade se hundió, e inició una retirada
a la desesperada con Al-Nasir a la cabeza. La victoria estaba ya del lado del
bando cristiano. En el momento que los arqueros musulmanes no pudieron
maniobrar ante las líneas tan juntas, su táctica se vino abajo, y la carga y el
coraje de la caballería pesada cristiana se volvió imparable.
Finalmente, fueron 25 mil los cristianos
que murieron, por unos 50 mil musulmanes. Tras la batalla, los cristianos toman
Baeza, Úbeda y Jaén, mientras el califa Al- Naris decapitó a los príncipes
andalusíes por la mencionada retirada del campo de batalla. Pero más allá de lo
inmediato, la victoria en las Navas de Tolosa había significado ya un cambio. La
presión cristiana sobre los musulmanes era ya un hecho, y España se mostraba
como punta de lanza de Occidente. Como consecuencia de esta batalla, el poder
musulmán en la
Península Ibérica comenzó su declive definitivo y la Reconquista
tomó un nuevo impulso que produjo en los siguientes cuarenta años un avance
significativo de los reinos cristianos, que conquistaron casi todos los
territorios del sur bajo poder musulmán.
Así pues, de cara a Occidente, esta victoria significó el
impedimento total para que los musulmanes no prosiguieran, desde Al-Ándalus,
extendiendo sus dominios hacia el resto de la Península Ibérica
siguiendo hacia el norte. Fue un punto de inflexión cultural, sin duda.
Respecto a España, la unidad en la batalla de los reinos cristianos no sólo
significó un triunfo de arraigo identitario religioso frente al invasor, sino
que sentó las bases de la posterior unidad territorial y geográfica que siglos
después rubricarían los Reyes Católicos, y que significó nuestra época dorada.
La del desarrollo y las conquistas, la de las artes, las ciencias y las letras:
el inicio de la Edad Moderna
para España entendida como tal.
De ahí la suma importancia y
trascendencia de esta efeméride. Por ejemplo, la bandera de Navarra tiene el
porqué de su simbología en Las Navas. Las cadenas que forman su escudo de armas simbolizan el trofeo de
guerra que suponía para los cristianos las cadenas de los esclavos de Senegal
musulmanes. Sin embargo, el renombrado esplendor de aquellos conquistadores es
poco recordado actualmente, cuando no desconocido. Un silencio inexplicable, un
sonrojo lamentable. Una historia de gloria contada desde el complejo, que es el
peor de los enemigos del hombre, que creó la Leyenda Negra en este país. Una
tierra que ha hecho Historia, pero que le ha dado miedo escribirla. Y como dijo
Miguel de Cervantes, “la historia es émula del tiempo, depósito de las
acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de
lo por venir”. Pues bien, sirva este pequeño recuerdo y tributo histórico para
reivindicar con más fuerza que nunca en la España de hoy los valores de unidad, honestidad y valentía de aquellos héroes anónimos del ayer. Porque son éstos, y no otros, los
verdaderos mimbres de los que deben estar hechos los hombres y mujeres de España.
Luis F.V.
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