(...)Es un alivio que Zapatero haya decidido desaguar su energía en el atletismo, y no en la intriga, ni en las psicofonías políticas. Aunque resulte deliciosamente ingenua su idea de la clandestinidad: unas gafas ahumadas a modo de antifaz y un falso apellido, García, con el que cree pasar por un tipo cualquiera, como si Rodríguez fuera a delatarlo por su origen austrohúngaro. Zapatero se transmuta en García, un corredor como esos del Retiro a los que los joggings de oferta en Decathlon hacen perceptible la raja del culo.
El ex Zetapé ha asumido la disciplina introspectiva de uno de sus autores de cabecera, Murakami, quien escribió que correr consiste en negar el pensamiento hasta ser un mecanismo cuyo único sentido es el movimiento en sí, que no atiende ni al sufrimiento de las rodillas. ¿Acaso no es ésta la mejor definición de sus dos legislaturas? La escena primordial de la Nouvelle Vague es aquella en la que Belmondo corre por una calle de París antes de ser abatido. Ahí termina la huida existencial de Al final de la escapada. La he recordado al imaginar a Zapatero no pudiendo hacer otra cosa sino correr hacia ninguna parte, como si a este joven turco aún lo persiguieran los millones de votantes castigadores que decretaron el final de su propia escapada. Tal vez esta comparación contenga una redención demasiado literaria, y tenían razón los que lo vieron como un Forrest Gump. Pronto será avistado en Moscú con la barba ya crecida y prolongando su carrera en paralelo con la línea férrea del Transmongoliano, con sólo el futuro por detrás.
David Gistau
El Mundo
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