Hay una sensación ligada
íntimamente a los malos recuerdos, que nos hace saber dónde estábamos cuando
pasó una desgracia. Sería imposible para el que esto escribe no recordar dónde
se encontraba en el 11-M, en el 11-S o hace quince años, cuando unos terroristas
decidieron acabar con tu vida, Miguel Ángel.
Aquella tarde las televisiones
pararon su imagen a las 16.00 de la tarde, la hora marcada por quienes
decidieron cómo pasarías tus últimas horas. Es imposible que a nadie que
recuerde el momento no se le erice el vello o se le agüen los lacrimales. Fue
un tenso minuto de espera al que seguirían muchísimos más, esperando una
llamada, deseando recibir un arrepentimiento. Pero en las bestias nunca hubo
piedad.
España entera pudo contemplar al
día siguiente las imágenes de tu entrada al hospital en camilla, al salir de la
ambulancia. Te unía a nosotros un soplo de vida que se esfumaría para siempre
poco después. Aquel soplo, fue tu última manera de estar con nosotros. Con ese
pueblo que dijo basta, que se echó a la calle señalándoles a tus verdugos que
aquí estaba nuestra nuca y que con todos no podrían.
Aquellos días nació el Espíritu de Ermua, algo que
quienes siempre nos hemos posicionado firmemente contra la barbarie terrorista
hemos tenido en cuenta y en fe. Vinieron
después presidentes cobardes, treguas trampa y finales
inexistentes. Nos llevamos en el
recuerdo innumerables víctimas, incontables traiciones y nos quedamos con el
ansia continua de libertad. Como la que tú nos enseñaste y cuya lucha por
alcanzar, te costó la vida. Y es que hay recuerdos y momentos que ni queremos
ni podemos olvidar.
Darío Novo
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