Y, como el cura que soy yo y el periodista que escribe este artículo es la misma persona, quiero preguntar desde aquí si no ha llegado la hora de que tiremos esas tapias; si no es ya tiempo de que el nuevo espíritu de la Iglesia encuentre una manifestación más en ese abrazo común a todos los muertos; incluso, y casi sobre todo, a los que no son suyos. Es hora de preguntarnos si no es el momento de que empiece a ser realidad eso que J. Jiménes Lozano ha llamado con tanto acierto el “ecumenismo de la muerte, bajo la dulce piedad de Dios”. ¿Acaso puede un Papa abrazar en vida a un Patriarca ortodoxo y sentir luego como un escándalo el que sus cuerpos reposen juntos cuando a la luz de Dios habrán entendido ambos que aún estaban mas cerca de lo que suponían?
Me aterra, me ha aterrado siempre, asomarme a esos “corrales de muertos” que llamamos cementerios civiles. El de Madrid me asusta porque es una lección viva del fracaso de nuestra Iglesia española, que no supo abrazar a muchas de las más altas figuras de la intelectualidad de nuestra patria, incluso de la espiritualidad de nuestro pueblo. Pero aún me impresionan más esos “corralillos”-así les llaman- de nuestros pueblos en los que los cardos y toda suciedad se amontonan sobre tumbas que debieron ser dignas.
Recuerdo que de niño me santiguaba con horror al pasar ante esos corrales, como si se tratara de una sucursal del infierno. Así me lo habían enseñado. Y yo sentía como si aquella suciedad fuera justa, como si fuera el estigma visible que condenaba ya aquí a quienes eran malditos en la otra vida.
Hoy sé que no era justo. Hoy es otro horror el que siento al pensar en este brutal exilio al que hemos condenado a pobres enloquecidos suicidas, a fetos abortivos o niños que murieron sin bautizar, a judíos que fueron fieles a su fe, a magníficos cristianos que vivieron y entendieron de distinta manera el Evangelio que yo trato de entender y vivir.
Sí, sé que todavía existen cánones y leyes que justifican esas separaciones. Pero estoy seguro de que no podrá conseguirlos manteniendo el nuevo código si éste se construye sobre el espíritu del Vaticano II. Y pienso si no habrá llegado la hora de que también en España comencemos a derribar tapias dentro del nuevo espíritu que los recientes acuerdos España-Santa Sede respiran.
No es ésta, ciertamente, una página ejemplar en nuestra historia. Recuerdo aquel suceso horrible de 1622 cuando murió en Santander Mr.Hole, secretario del embajador inglés lord Digby. Su cuerpo de protestante no pudo encontrar tierra española en que dormir y fue arrojado al mar. Pero ni esto fue suficiente, porque una sucia superstición hizo pensar a los pescadores que no tendrían pescado mientras el cuerpo de un hereje infectase sus aguas. Sus despojos fueron de nuevo sacados a tierra y abandonados a los buitres y a las fieras
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J.L.Martín Descalzo
ABC,22/8/1976
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