martes, 11 de diciembre de 2012

0 Chava




Todo empezó el 6 de Febrero de 1971. Aquel frío día de invierno, en la sierra abulense, nacía José María Jiménez “Chava”. Un hombre en perpetua comunión con la bicicleta, su pasión, su perdición.

Para situarnos antes de la forja de una leyenda, es de ley hablar de sus inicios. Chava pronto haría sus faenas, y que faenas, en las cercanías de su pueblo, El Barraco, aquí al lado y cerca de Ávila cuna de grandísimos escaladores entre los que destaca su cuñado, Carlos Sastre, ganador del Tour de Francia 2008. Años después, la figura del Chava quedó tan presente entre los niños del lugar que todos, en la calle, se pedían ser él.

El joven Chava, en la categoría amateur pronto comenzó a destacar, imponiéndose en cada cumbre que pisaba con la facilidad de un serpa. Los resultados no tardaron en llegar, el Circuito Montañés era suyo.

Estos demoledores triunfos llegaron a oídos de Banesto. Corría el año 1992, la estructura heredada de Reynolds, era manejada por dos navarros de pro como Echávarri y Unzúe. Eran tiempos en los que Banesto era el equipo de España, con Miguel Indurain abonado al maillot amarillo tras destrozar a mil y un rivales de la talla de Lemond, Chiapucci o Fignon.

Chava, muy bisoño y lejos de los focos que apuntaban a Indurain, poco a poco preparaba su salto a la élite. Y lo preparaba como sólo él sabía, escalando. Llegó el declive de Indurain allá por 1996, el de Villaba dejaba huérfana a la bicicleta española con su retirada. “A rey muerto, a rey puesto” pensó la prensa española; Olano era su heredero natural. Sin embargo, el guipuzcoano no colmó las expectativas y fracasó en su digno intento de sustituir al campeonísimo. Corría peligro el ciclismo español de entrar en un descenso como si fuera el del Tourmalet.

Pero apareció él, Chava. No ganaba, era irregular, estaba desconectado de la carrera decían sus detractores, puristas del ciclismo como si de un Tendido 7 de cunetas y bidones se tratara. Sin embargo él nos hipnotizaba, bailaba con la bicicleta un tango de emociones desde el momento en el que la carretera selecciona héroes.

Llegaron triunfos, triunfos muy sonados como el campeonato de España en 1997, y sobre todo etapas en la Vuelta a España. “Su” Vuelta a España, donde la afición le arropaba, mimaba y brindaba por él como si de un Niño Jesús se tratara. Vencían otros la ronda española, nombres respetables pero olvidables.

Sin embargo, Chava era la  tertulia de bar, ya podía llevar el jersey de líder el que quisiera, que entre café, puro y carajillo, la conversación era de Chava. Podía ser su espectacular galopada al triunfo o…su petardazo más sonado. Era él, exceso en todo, defecto en nada.

No queremos dejar pasar por alto su triunfo más recordado. Mítico, inesperado, heroico, divino. Todo adjetivo queda corto a su triunfo en el Anglirú. La montaña que desafiaba al hombre en el lejano 1999. Sólo los más atrevidos habían aventurado su suerte a la montaña más temible que jamás había conocido España. Porcentajes desafiantes a la ley física sólo apto para valientes. De ese día recordamos dos imágenes del que perdió y del que ganó. Del Ying y el Yang. Porque todos hemos sido muchas veces Pavel Tonkov, pero no todos hemos rozado la gloria con la yema de los dedos como aquel septiembre, lo hizo Jiménez.

Llegado el día de marras, la neblina asturiana daba la bienvenida al Infierno, seguramente más de uno pensó que el Diablo esperaba arriba de la montaña para coronar al expedicionario más afortunado. Caminaba Pavel Tonkov, con su característico ritmo cansino pero atinado al triunfo, era un vencedor honorable para inaugurar el Rey de Reyes de la montaña española, pero la afición española no quedaba satisfecha. Todos querían a Chava…Y Chava no defraudó, emergió entre la niebla, cuando la montaña agonizaba, como si de un torpedo de fabricación soviética se tratara para borrar del mapa a Tonkov y coronar el Anglirú como vencedor. Era el triunfo de la afición, todas las ilusiones de los más apasionados de la bicicleta se depositaron en aquella victoria. Tan bella, tan recordada. Después vendrían más visitas al Angliru, pero coincidirán en que solo hay un primer amor: y el corazón siempre nos dirá que la inocencia del 20% la rompimos con el Chava.

Después de algún triunfo más en el cambio de Siglo, todo cambió. Esa cabeza que sólo soñaba con rampas y porcentajes, se abandonó a su propia suerte. Un autocastigo por el que pasaron otros grandes de la montaña, Pantani sin ir más lejos. Estuvieron siempre tan cerca del cielo que le cogieron el gusto y allí están. La muerte sorprendió al Chava en su mejor momento tras las épocas problemáticas, cuando dejó de contar los días de tres en tres. Entonces tiró de la bicicleta, su amor, el nuestro, para dejar claro que quería salir del infierno. Pero los excesos, imperiosos excesos como los definiría Tom Wolfe en su Hoguera de las vanidades, pasaron factura y un 6 de diciembre de 2003 decía adiós. Adiós para siempre.

Hoy, 9 años después de su muerte, te seguimos recordando Chava. Cada palmo de carretera en la Vuelta a España tiene una pintada escueta, con cinco letras. C H A V A. Muchos ganaron más que tú, pero tú ganaste el premio eterno, el que sólo consiguen los elegidos: el premio del público. Porque aunque no lo creas, sigues siendo tertulia de bar, héroe del pueblo ciclista y siempre, siempre, estarás en nuestra memoria. Eres eterno, José María Jiménez. Eres eterno, Chava.

A.Briega

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