En el Jubileo de Diamante de la reina Isabel II, un comentarista del Guardian, que es periódico republicano, algo meritorio en el Reino Unido, señalaba la ironía de que los británicos apreciaran tanto a la única figura institucional que no elegían en las urnas. Pero así se manifestaba la opinión. La popularidad de la Reina alcanzaba máximos históricos, mientras sufrían varapalos los líderes de todos los partidos y crecía el desafecto al parlamento, la City, la prensa o la policía. La desconfianza en pilares del sistema político y económico no afectaba a la jefa del Estado ni menguaba una preferencia por la monarquía que allí se ha mantenido estable, desde que se dispone de encuestas para medirla.
Muy distinto panorama vienen mostrando los sondeos en España. El que acaba de publicar el diario El Mundo, cifra el apoyo a la monarquía como forma de Estado en un 53,8 por ciento, seis puntos menos que hace un año. El caso de corrupción de Urdangarín y la cacería de Dumbos en Botsuana, sin duda han disipado parte de la popularidad del Rey y del respaldo a la monarquía. Aunque contribuyan las secuelas del hundimiento económico, con los políticos y las instituciones en el punto de mira. Si en el Reino Unido, la crisis -cierto que menos profunda que la nuestra- salva a la Reina, aquí no deja títere con cabeza. Natural, cuando además ha habido poca cabeza, como quedó demostrado.
La legitimidad, según el sociólogo Linz, es la creencia de que las instituciones políticas existentes, a pesar de sus defectos y fallos, son mejores que otras que se pudieran haber establecido. Lástima que el sondeo citado no preguntara a los contrarios a la monarquía qué alternativa desean. ¿Una república? ¿Acaso una dictadura? Igual no lo tienen claro. Y no me extraña. La legitimidad de la monarquía constitucional se ha fundado más en el papel político, que por circunstancias excepcionales, tuvo el Rey en la Transición o en el 23-F, que en reflexiones de mayor alcance. Por ejemplo, sobre las ventajas comparativas de una institución que se halla fuera del campo de batalla de los partidos y no se somete a las urnas.
Vuelvo a los británicos, que en esto tienen experiencia. En 1936, un periodista de izquierdas y republicano, Kingsley Martin, consignaba: "Si arrojamos la decoración de la monarquía a la cloaca... Alemania nos ha enseñado que una rata de cloaca la volverá a recoger". En España, basta recordar las dos experiencias republicanas, una de ribetes cómicos y otra decididamente trágica, para tentarse la ropa antes de pasear la tricolor y mandar la monarquía a París. Eso sí, en ninguna democracia puede aspirar un monarca a estar libre de escrutinio. Ni debe: la crítica permite corregir.
Cristina Losada / Libertad Digital
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