Gregorio Luri ha sacado a colación lo que escribió Max Auben el prólogo de su “Campo francés” a propósito de la guerra civil española:
–Un suceso de esta importancia sólo podía acontecer en un país tan fuera de la realidad como España.
Sólo este país de individualistas (retribuidos por el Estado) podía competir con los lémures noruegos en la puesta en marcha de un suicidio colectivo.
Los lémures noruegos son las criaturas escogidas por el crítico literario Harold Bloom para designar en su mundillo a los intelectuales de lo que él llama la Escuela del Resentimiento, que imitan a aquellos roedores: cuando uno se lanza por el precipicio, todos le siguen.
Nuestra idea del Estado no es superior a la que pueda tener un lémur. Toda relación con el mundo (y para nosotros el centro del mundo es el Estado) es de naturaleza personal: un caballero se enfada por una multa con el Estado y tira hacia el precipicio seguido de sus correspondientes lémures.
Cada generación cuenta con su propio precipicio: la generación que hizo la guerra para traernos la Paz, la generación que se hizo demócrata para traernos la Transición, la generación que se hace la Incorruptible para traernos otra República…
El republicanismo es una bandera que excita mucho al lémur español, que ya la ha gozado dos veces: la primera acabó con el bombardeo de Alcira; y de la segunda (revuelta de frescos que derivó en dictadura de pedantes que degeneró en orgía de psicópatas) fueron sus guías tres lémures de categoría, Ortega,Ayala y Marañón, luego de que unos monárquicos compraran “El Sol” y los dejaran sin firma.
Sólo hay una cosa peor que un español sin dinero, y es un español sin firma.
¿Cómo olvidar aquella determinación de la nación jumillana a defenderse de su vecina, la nación murciana, “como los héroes del Dos de Mayo, resuelta completamente a llegar en sus justísimos desquites hasta Murcia y a no dejar en Murcia piedra sobre piedra”?
Ignacio Ruiz Quintano
ABC
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