Últimamente, he dado en quedarme en casa cuando hay fútbol. Esta Liga perdida, flácida, telonera de la Champions, no merece las apreturas del Metro en día de partido, que son la versión contemporánea de aquellos tranvías del No-Do que, en tiempos deDi Stéfano, trepaban hacia un Chamartín periférico con gente colgada por fuera. (Y ahora, si esto fuera un documental, apareceríaGarci para evocar la nostalgia de cuando en los bares se sacaba los domingos una pizarra para ir actualizando los resultados).
Estos últimos partidos vistos en casa me permitieron descubrir una diversión añadida, que incluso supera la del fútbol en los días flojos. Me refiero al sentido del folletín, de la novela por entregas, con el que una realización que trabaja como un narrador omnisciente aprovecha los conflictos extra-deportivos. Puro HBO. Es muy eficaz, por ejemplo, el uso de los primeros planos de los entrenadores. No ocurre siempre, pero las más de las veces Mourinho sale o con cara de asco, o enfadado, o atormentando al cuarto árbitro, o montando a Callejón. Hasta yo, que carezco de prejuicios contra él, termino creyendo que es un ser esterilizado para la alegría e incapaz de relacionarse con su propia gente salvo con hostilidad, desprecio y un profundo hastío de hasta los güevos de todo. Por el contrario, el entrenador rival suele salir, o haciendo sofisticadas correcciones tácticas con el lenguaje manual, o acariciando a un debutante, o festejando un gol como un pobre la lotería, o pagando los estudios a un huérfano sudanés. Me gustaría ser amigo de todos los entrenadores que pasan por Chamartín, tal y como los retrata la realización de la tele. En realidad, ésta defiende una lógica de los personajes que hace que la trama fluya sin contradicciones con las expectativas creadas por el periodismo escrito. ¿Nos parecería consecuente que Frank Underwood, el congresista de House of Cards, apareciera de repente en un capítulo como un pusilánime incapaz de intrigar, manipular y hacer el mal? No. Pues de esa misma incongruencia nos salva la realización del Plus al no mostrar prácticamente nunca a Mourinho haciendo algo positivo. Oye, que a lo mejor es que nunca hace nada positivo, ni siquiera en casa, y entonces me callo. Con todo, la verdadera genialidad, la que me rindió como admirador, tuvo lugar el sábado, después de hacer el Levante su gol. Con unos reflejos extraordinarios, el realizador no tardó ni un segundo en pasar de la imagen de Diego López batido a un primer plano de Iker Casillas en el banquillo. Extraordinario. Qué bien contado. Qué sabiduría para manejar al espectador y ayudarlo a asociar ideas. Si se hubiera tratado de una serie, después del primer plano de Iker tendrían que haber entrado los títulos de crédito, para dejarlo todo en lo más alto, incapaz ningún espectador de faltar al capítulo siguiente.
La riña de los porteros no me interesa nada. Pero hay que reconocer, cuando se descubre contra cuántas cosas está luchando, que Diego López tiene personalidad. Eduardo Castelao recordaba el otro día la fuga de Pardeza a Zaragoza, después de confesarse incapaz de competir con un mito. El rival de Diego López ni siquiera es Iker Casillas, sino más bien esa endogamia basada en el amiguismo -o en el enemiguismo- que desde hace mucho tiempo vincula el fútbol con su periodismo. Yo soy incapaz de pronunciarme sobre qué conviene al Real Madrid en su portería, porque tampoco Casillas es un personaje al que se pueda desechar sin más, como si no hubiera ganado Champions o Eurocopas, como si no hubiera salvado un Mundial con la punta de su bota en una acción injustamente olvidada, pues de aquella final sólo se recuerda -y no me extraña- el gol de Iniesta.
Pero cuando hasta los realizadores de televisión intentan intervenir en las decisiones que conciernen a un entrenador y que han de tomarse dentro del vestuario, no sólo es obligado compadecerse del jugador al que serán ninguneados los méritos, en este caso López, quién sabe si hasta el punto de tener que irse a Zaragoza como Pardeza, sino que es fácil darse cuenta de que, más allá del pormenor deportivo, lo que hay en juego es otra cosa: la emancipación de un equipo o de un entrenador, su autonomía, su personalidad para actuar sin solicitar salvoconductos al periodismo y sabiendo que el precio que habrá de pagar por ello será una campaña de demolición en la que ni siquiera los primeros planos serán inocentes.
David Gistau / El Mundo
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