El rostro de la España prerrevolucionaria es Verstrynge.Verstrynge es nuestro Saint-Just: un ángel de la muerte del igualitarismo enseñando a su vecina María Soraya que el poder de la tierra reside en los infelices.
-¿Debe hacerse a la minoría feliz tan infeliz como a la mísera mayoría para, así, cumplir con la ley de la igualdad?
Ésta es la pregunta que, sin él saberlo, nos hizo Verstrynge con sus aspavientos jacobinos contra su vecina la vicepresidenta del gobierno.
La última vez que yo vi a Verstrynge fue en los ochenta, cuando el debate parlamentario sobre el escándalo Flick.
A Verstrynge lo paseó Fraga por la política como por Alemania paseara Patton a «William» (por Guillermo el Conquistador), su bull terrier, que pasó a llamarse «Willy» el día que se achantó ante un perro de aguas.
Gonzalón, que siempre fue como el gatazo verderón de Samaniego, le dio a Verstrynge la del pulpo.
-Ni de Flí ni de Fló -zanjó parlamentariamente el caso Gonzalón, con aquellos juegos de palabras tan suyos, sin que Verstrynge se atreviera a ponerle el cascabel de una sentencia del doctor Johnson que le hubiera venido a huevo:
-The man who would make a pun would pick a pocket.
(El hombre que hace juegos de palabras está robando algo a alguien.)
Así que para uno, que era cronista parlamentario, Verstrynge pasó a ser Jorgito, hasta que lo encontré el otro día jugando a Saint-Just disfrazado de Cyrano delante de su vecina.
-Hoy es el último día de los ricos y acomodados: mañana nos toca a nosotros dormir en colchones de pluma.
Dicen que es su manera de promocionar un libro sobre el actual gamberrismo político, pero ese libro ya lo tiene hecho («Ira y tiempo») un filósofo alemán, Peter Sloterdijk, y en él no sale Verstrynge «escracheando» (¿o sería rondando?) a las Marías Sorayas.
Me da que lo que busca con semejante ruido Verstrynge es, por ideas y por edad, la plaza vacante de José Luis Sampedro.
Ignacio Ruiz Quintano / ABC
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