miércoles, 3 de julio de 2013

0 Los niños que crecieron sin mirar al cielo (y II)

El 8 de febrero de 2011 siete líderes indígenas fueron amenazados en La Puria por las Farc, los señalaban de ser informantes de la guerrilla. Un día después, el 9 de febrero, unos estudiantes fueron amenazados por el mismo grupo guerrillero, también los llamaban informantes. Todo coincidió con el asesinato de dos personas. Los indígenas huyeron.
Carmen de Atrato tuvo todos los actores del conflicto, dice el alcalde Alexánder Echavarría Agudelo. Estuvieron el Erg y las Auc, continúan el Eln y las Farc. Entre el año 2000 y el 2010 abandonaron el pueblo 4.900 personas, entre ellas 800 indígenas que se fueron, principalmente, para Medellín.
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En Niquitao no creen  que el retorno de las familias emberá sea exitoso. Un hombre que administra un negocio de repuestos dice que los indígenas tienen temporadas en la ciudad, es en diciembre, comenta, cuando más llegan, sobre todo por las ganancias que les deja la mendicidad.

Carlos, que es mecánico y ha visto a los indígenas pasar todos los días de estos dos últimos años por su anden, dice que mientras las mujeres salen a pedir o a vender los collares que hacen, y los niños detrás de ellas, mirando el pavimento, recogiendo cosas del suelo —todo por culpa del conflicto, pues en la selva mirarían el suelo y tomarían agua de los nacimiento—, los hombres se quedan en los inquilinatos, donde algunos consumen marihuana y bazuco.
—Ellos están muy civilizados, yo no creo que duren mucho por allá, aunque esta semana la Alcaldía ya había venido por cosas de ellos.
Un funcionario público me cuenta que han detectado adicciones en algunos menores indígenas que han entrado bajo la protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familias (Icbf). Esto por el cambio de culturas, porque pasan mucho tiempo en los inquilinatos de Medellín, donde las ollas de vicio no cierran a ninguna hora, donde pagan entre 14 y 16 mil pesos.
Carolina vive hace cuatro meses en el inquilinato que tiene un sauce afuera. Sus ojos verdes se ven cansados, la cara está desencajada, seguro por el trasnocho. Tiene 31 años, cuatro hijos en San Cristóbal, y dos en el vientre, paga 10 mil pesos por una habitación que comparte con alguien. Ella sí cree en el retorno.
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Antonio, el líder indígena de desplazados, tiene dos hijos, uno de tres años y el otro ajustará pronto los dos. Ninguno creció en el resguardo, ningunos recorrió los caminos pantanosos encima de un canasto mientras miraba al cielo. El único cielo que conocieron fue el blanco quemado de los inquilinatos de Niquitao, el contaminado del centro de Medellín.

Cuando se le pregunta a Antonio por un regreso fallido, se queda pensativo, dice que ahora hay que obedecer a las autoridades indígenas. Se lo ve resignado.
Luz Patricia Correa es la directora de Atención y Reparación a Víctimas del Conflicto Armado de la Alcaldía de Medellín, ella cuenta que en los últimos meces la administración municipal, con la Unidad de Víctimas, ha retornado a 195 familias indígenas, dice que los emberás pedían el regreso.
—Ellos estaban en un sector difícil como Niquitao, ¿no cree que regresen?
—Conocemos el fenómeno de lo que pasa con la población indígena en Medellín. Estos indígenas ya se fueron y se devolvieron en más de una ocasión, ya se los acompañó. Llevamos más de un año en este proceso y el factor clave ha sido contar las autoridades indígenas que han dado órdenes a su pueblo para que regresen.

En la Unidad de Víctimas creen que el apoyo integral a los indígenas ayudará a que el retorno no fracase, pues hablan de que con el regreso se está dando apoyo para vivienda, seguridad alimentaria e infraestructura.
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En el resguardo La Puria, al que llegamos después de tres horas atravesando la selva húmeda del Chocó, los indígenas hicieron una fiesta que duró hasta las 5:30 de la mañana. Toda la noche sonó en sus guitarras, invariable, el acorde La Menor, y bailaron, y gritaron vivas por los que regresaron, y se emborracharon.

La mañana siguiente, fría, las mujeres, sobrias, organizaron todo, montaron sus hijos en los canastos bocarriba, a ellas las esperaba la boca espesa de la selva, a los bebés, a algunos por primera vez, el cielo.

Daniel Rivera Marín / El Colombiano

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