miércoles, 28 de noviembre de 2012

0 Entrevista de Javier Bilbao a Fernando Sánchez Dragó (II)


Entonces los valores occidentales de libertad, democracia… ¿Están en peligro?
Creo que la democracia ha llegado a su punto final. La democracia es un régimen político con sus virtudes y sus defectos, como todos los sistemas, y que cumple su función. Creo que en estos momentos —y no lo estoy defendiendo, no mates al mensajero— como observador me limito a señalar que hay un nuevo sistema político que emerge con extraordinario vigor que es el sistema chino: libertad económica y autoridad política. Es como vive un estudiante en casa de sus padres, ellos son quienes gobiernan la casa, quienes se ocupan de resolver los enojosos problemas administrativos… y mientras tanto el estudiante va a estudiar, le dan una paga el fin de semana, sale, entra, chicolea, se va de botellón… Pues bien, ese es el sueño de todo chino y en definitiva de todo ser humano, por lo que esta nueva fórmula es la que va a acabar imponiéndose.

¿Pero los chinos no querrán imitar a Occidente también en ese aspecto, reclamando más libertades?
¿Imitar un sistema que nos ha llevado al desastre? ¿Cuál es la raíz del desastre económico del mundo occidental? Tiene nombre: un “malhechor” que se llama Keynes. Europa tiene una ideología, que es la socialdemócrata. Y tan socialdemócrata es Rajoy como Rubalcaba, Merkel y Cameron, por muy liberales que se proclamen. No son liberales. El liberalismo hoy día en el mundo occidental no existe. ¿Entonces en qué consiste la democracia, el Estado del Bienestar? Era algo sostenible a corto plazo, dentro de ciertos niveles, mientras no se produjera el fenómeno de la inmigración. Pero en el mundo actual el Estado del Bienestar no es posible. El Estado del Bienestar significa holgazanería, hedonismo y falsa solidaridad. Consiste en que medio país viva a costa del otro medio, como las cigarras. A mí me llama mucho la atención que cuando voy a Japón o a otro sitios y digo que soy español, una de las respuestas más frecuentes que suscita mi declaración es “ah, viene usted de esa parte del mundo donde la gente vive sin trabajar”. Y es verdad, así que no creo que los chinos tengan el menor interés en imitar el Estado del Bienestar. El Estado que yo propugnaría es el Estado de la responsabilidad. Somos hijos de nuestras obras, yo en esto coincido con Escohotado, Los enemigos del comercio me parece importantísima. Es un saludable egoísmo —practicado dentro de las normas del sentido común— tal como decían los filósofos anglosajones del siglo XVIII y XIX lo que nos puede llevar a organizar la sociedad de una manera adecuada. Si yo defiendo a los míos, si yo cultivo mi huerto tal como decía Voltaire y todo el mundo hiciera lo mismo, el mundo sería un vergel.

Ese individualismo que usted reivindica… ¿No se contradice con su interés por una sociedad tan opuesta a esos valores como la japonesa? ¿No resulta Japón un tanto asfixiante en ese aspecto?
Vamos a puntualizar. Japón es un país admirable, entre otras cosas porque es completamente distinto a los demás. Ahí hay un misterio que no sé a qué se debe, quizá a la condición de insularidad que hasta hace 150 años ha caracterizado la historia del país. Pero el mundo se divide entre Japón y los demás. Así que cuando yo llegué a Japón en 1967, después de estar un año allí, escribí una larga serie de artículos que se publicaron en España —con pseudónimo porque estaba exiliado— y el título general que puse a esas ciento y pico páginas fue el de Los marcianos están entre nosotros. Cualquier consideración que hagas sobre Japón no sirve para el resto de la humanidad y viceversa. Dicho esto, tengo que decir que mi admiración por Japón es por el Japón de los daimyō, de los samuráis, de Mishima, del bushido, no por el Japón actual. Aunque es verdad que el actual tiene una cosa extraordinaria y es que todo el mundo cumple con su deber. Eso es la herencia del bushido, casi nadie engaña a nadie. No hay delincuencia de ningún tipo, puedes dejar las puertas de tu coche o tu casa abiertas y todo el mundo va a respetar lo que haya en el interior. Todo eso hace que vivir allí relaje extraordinariamente.
Tu estás aquí en España y tienes la impresión —por desgracia corroborada por los hechos— de que está todo el mundo engañándote. Llamas al fontanero para que te arregle la cisterna y lo primero que hace es culpar al fontanero anterior diciendo “uy, lo que le han hecho aquí”. Te engaña tu jefe, tu subordinado, la comunidad de vecinos, los políticos… es una sensación agobiante, acabas extenuado viviendo en países como España, Italia o Grecia. Pero llegas a Japón y te relajas porque todo funciona a la perfección. No como un reloj suizo, sino como un Seiko en este caso. Dicho esto, debo admitir que ahora en Japón me asfixio. De hecho ya no vivo allí, aunque voy de vez en cuando porque ha sabido conservar casi como en un congelador las formas tradicionales hasta extremos que la gente no conoce. La gente cuando piensa en Japón piensa en Tokio, en la ultramodernidad. Pero es el país del mundo con más superficie boscosa. El 73% de la principal isla está cubierta por bosques impenetrables, en ese Japón holográfico, que vive a espaldas de Tokio, de Osaka, vive refugiado un Japón tradicional, con miles y miles de pueblos con la vieja arquitectura, con el ritmo de los viejos tiempos, es algo fascinante. Voy allí a buscar eso, no el otro Japón, que se ha convertido también en un país socialdemócrata. La socialdemocracia es la intromisión de los poderes públicos. No tenemos un resquicio de libertad, probablemente en estos momentos hay catorce cámaras grabando lo que decimos tanto o más cuando mi buena amiga Esperanza Aguirre vive al otro lado de esa pared, en el portal de al lado (risas).
No lo digo por ella, pero está todo controlado, todo prohibido, yo me ahogo en la España de hoy en comparación con la que conocí, que era la España de Franco. Esto tampoco es defender el régimen de Franco, es defender una sociedad en la que había libertad, por ejemplo, para ir a la farmacia a comprar lo que me diera la gana, y ahora prácticamente no puedo comprar ni una aspirina. Donde podía coger un avión y no someterme a las vejaciones que ahora nos imponen. Ahora vivimos entre barrotes, los terroristas han triunfado, en nombre de la seguridad —que es la mayor estupidez del mundo, porque no hay nada más inseguro que estar vivo— nos han metido a todos en la cárcel. Pues esto en Japón llega hasta extremos inverosímiles, la intromisión hasta en los últimos recodos de la vida cotidiana de los poderes públicos llega a ser agobiante, más que en ninguna otra parte.

Jot Down Spain

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