Hay un proyecto, apoyado por la Real Academia Española, para localizar los restos de Miguel de Cervantes en el subsuelo del convento de las Trinitarias, en Madrid. El convento está en el corazón del barrio de las Letras, cerca de la casa en la que vivió Lope de Vega y del lugar donde estuvo la que habitaron Góngora y Quevedo -éste, tan español como el que más, compró la vivienda del poeta cordobés para darse el gusto de echarlo a la calle-. Respecto a Cervantes, la cosa estriba en que el autor del Quijote, que murió viejo y pobre, recibió sepultura en un sitio que el tiempo transformó en fosa común, y sus huesos están en algún lugar de ahí abajo, revueltos con otros sin nombre y sin historia. La idea de quienes impulsan el asunto es utilizar las modernas técnicas de rastreo basadas en el georradar para, combinadas con los adecuados estudios forenses, determinar cuáles de los huesos que se localicen corresponderían a un varón de setenta años que en su juventud hubiera recibido, como fue el caso de Cervantes en Lepanto, lesiones que le dejaron huellas en el pecho y estropeado el brazo izquierdo: heridas y manquedad recibidas peleando a bordo de la galera Marquesa, en aquella batalla que, en palabras -justificadamente orgullosas- del propio interesado, fue «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros».
Arturo Pérez-Reverte
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