Entonces
los valores occidentales de libertad, democracia… ¿Están en peligro?
Creo que la democracia ha
llegado a su punto final. La democracia es un régimen político con sus virtudes
y sus defectos, como todos los sistemas, y que cumple su función. Creo que en
estos momentos —y no lo estoy defendiendo, no mates al mensajero— como
observador me limito a señalar que hay un nuevo sistema político que emerge con
extraordinario vigor que es el sistema chino: libertad económica y autoridad
política. Es como vive un estudiante en casa de sus padres, ellos son quienes
gobiernan la casa, quienes se ocupan de resolver los enojosos problemas
administrativos… y mientras tanto el estudiante va a estudiar, le dan una paga
el fin de semana, sale, entra, chicolea, se va de botellón… Pues bien, ese es
el sueño de todo chino y en definitiva de todo ser humano, por lo que esta
nueva fórmula es la que va a acabar imponiéndose.
¿Pero
los chinos no querrán imitar a Occidente también en ese aspecto, reclamando más
libertades?
¿Imitar
un sistema que nos ha llevado al desastre? ¿Cuál es la raíz del desastre
económico del mundo occidental? Tiene nombre: un “malhechor” que se llama Keynes.
Europa tiene una ideología, que es la socialdemócrata. Y tan socialdemócrata es Rajoy como Rubalcaba, Merkel y Cameron,
por muy liberales que se proclamen. No son liberales. El liberalismo hoy día en
el mundo occidental no existe. ¿Entonces en qué consiste la democracia, el
Estado del Bienestar? Era algo sostenible a corto plazo, dentro de ciertos
niveles, mientras no se produjera el fenómeno de la inmigración. Pero en el
mundo actual el Estado del Bienestar no es posible. El Estado del Bienestar
significa holgazanería, hedonismo y falsa solidaridad. Consiste en que medio
país viva a costa del otro medio, como las cigarras. A mí me llama mucho la
atención que cuando voy a Japón o a otro sitios y digo que soy español, una de
las respuestas más frecuentes que suscita mi declaración es “ah, viene usted de
esa parte del mundo donde la gente vive sin trabajar”. Y es verdad, así que no
creo que los chinos tengan el menor interés en imitar el Estado del Bienestar.
El Estado que yo propugnaría es el Estado de la responsabilidad. Somos hijos de
nuestras obras, yo en esto coincido con Escohotado, Los
enemigos del comercio me
parece importantísima. Es un saludable egoísmo —practicado dentro de las normas
del sentido común— tal como decían los filósofos anglosajones del siglo XVIII y
XIX lo que nos puede llevar a organizar la sociedad de una manera adecuada. Si
yo defiendo a los míos, si yo cultivo mi huerto tal como decía Voltaire y todo el mundo hiciera lo
mismo, el mundo sería un vergel.
Ese individualismo
que usted reivindica… ¿No se contradice con su interés por una sociedad tan
opuesta a esos valores como la japonesa? ¿No resulta Japón un tanto asfixiante
en ese aspecto?
Vamos a
puntualizar. Japón es un país admirable, entre otras cosas porque es
completamente distinto a los demás. Ahí hay un misterio que no sé a qué se
debe, quizá a la condición de insularidad que hasta hace 150 años ha
caracterizado la historia del país. Pero el mundo se divide entre Japón y los
demás. Así que cuando yo llegué a Japón en 1967, después de estar un año allí,
escribí una larga serie de artículos que se publicaron en España —con
pseudónimo porque estaba exiliado— y el título general que puse a esas ciento y
pico páginas fue el de Los marcianos están entre nosotros.
Cualquier consideración que hagas sobre Japón no sirve para el resto de la
humanidad y viceversa. Dicho esto, tengo que decir que mi admiración por Japón
es por el Japón de los daimyō, de los samuráis,
de Mishima, del bushido,
no por el Japón actual. Aunque es verdad que el actual tiene una cosa
extraordinaria y es que todo el mundo cumple con su deber. Eso es la herencia
del bushido, casi nadie engaña a nadie. No hay delincuencia de ningún tipo,
puedes dejar las puertas de tu coche o tu casa abiertas y todo el mundo va a
respetar lo que haya en el interior. Todo eso hace que vivir allí relaje
extraordinariamente.
Tu
estás aquí en España y tienes la impresión —por desgracia corroborada por los
hechos— de que está todo el mundo engañándote. Llamas al fontanero para que te
arregle la cisterna y lo primero que hace es culpar al fontanero anterior
diciendo “uy, lo que le han hecho aquí”. Te engaña tu jefe, tu subordinado, la
comunidad de vecinos, los políticos… es una sensación agobiante, acabas
extenuado viviendo en países como España, Italia o Grecia. Pero llegas a Japón
y te relajas porque todo funciona a la perfección. No como un reloj suizo, sino
como un Seiko en este caso. Dicho esto, debo admitir que ahora en Japón me
asfixio. De hecho ya no vivo allí, aunque voy de vez en cuando porque ha sabido
conservar casi como en un congelador las formas tradicionales hasta extremos
que la gente no conoce. La gente cuando piensa en Japón piensa en Tokio, en la
ultramodernidad. Pero es el país del mundo con más superficie boscosa. El 73%
de la principal isla está cubierta por bosques impenetrables, en ese Japón
holográfico, que vive a espaldas de Tokio, de Osaka, vive refugiado un Japón
tradicional, con miles y miles de pueblos con la vieja arquitectura, con el
ritmo de los viejos tiempos, es algo fascinante. Voy allí a buscar eso, no el
otro Japón, que se ha convertido también en un país socialdemócrata. La
socialdemocracia es la intromisión de los poderes públicos. No tenemos un
resquicio de libertad, probablemente en estos momentos hay catorce cámaras
grabando lo que decimos tanto o más cuando mi buena amiga Esperanza Aguirre vive al otro lado de esa pared, en el
portal de al lado (risas).
No lo
digo por ella, pero está todo controlado, todo prohibido, yo me ahogo en la
España de hoy en comparación con la que conocí, que era la España de Franco.
Esto tampoco es defender el régimen de Franco, es defender una sociedad en la
que había libertad, por ejemplo, para ir a la farmacia a comprar lo que me
diera la gana, y ahora prácticamente no puedo comprar ni una aspirina. Donde
podía coger un avión y no someterme a las vejaciones que ahora nos imponen.
Ahora vivimos entre barrotes, los terroristas han triunfado, en nombre de la
seguridad —que es la mayor estupidez del mundo, porque no hay nada más inseguro
que estar vivo— nos han metido a todos en la cárcel. Pues esto en Japón llega
hasta extremos inverosímiles, la intromisión hasta en los últimos recodos de la
vida cotidiana de los poderes públicos llega a ser agobiante, más que en
ninguna otra parte.
Jot Down Spain
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