El diputado Duran Lleida ya acomete sus intervenciones de pie y sin la asistencia de muletas. Esto no significa que esté como para ponerse a bailar lambadas. La lesión aún le provoca una rigidez que le impide mover las piernas mientras habla, por lo que se bambolea graciosamente como un muñeco del subbuteo. Es como si hubiera convertido en lenguaje corporal su famosa capacidad pendular, de la que depende la suite del Palace. La que, en esta primera sesión posterior al galletazo de Mas -una vez me entró un pájaro en el radiador del coche y fue parecido-, tendría que haberle servido para ponerse a salvo mediante la matización del dogma mesiánico con una flexibilidad ajena al escrúpulo de la que carecerán otros personajes de CiU demasiado comprometidos con los dos meses de delirio. En realidad, Duran y La Vanguardia -vae victis- podrían hacer el viaje de regreso juntos, en lo que tarde en aclararse para el diario quién mandará a partir de ahora en Cataluña, a quién habrá que decir: «¡Presente!».
Pero, en la matinal de ayer, antes de desvincularse de los 76 días de fiebre estelada con la que señores maduros sufrieron una regresión adolescente, Duran aún debía solventar un trámite incómodo: formular una pregunta acerca del informe policial publicado por EL MUNDO que habría tenido sentido para el diputado antes de las elecciones, pero no ahora que, desbaratado en las urnas elpaladinazgo iluminado de Mas, a Duran le conviene inducir ciertas amnesias.
Fue llamativo comprobar que, en ningún momento, Duran negó el contenido del informe. Reprochó su filtración. Coqueteó, sin demasiada convicción, con la teoría de la complicidad del Estado. Y lamentó que Rajoy no lo hubiera refutado a tiempo de evitar que influyera en la campaña electoral. Pero nada, absolutamente nada dijo para defender la honorabilidad de Mas o los Pujol, concediendo casi una aprobación tácita al borrador policial. Ni Duran ni Rajoy mencionaron por su nombre al diario EL MUNDO: «Un medio de comunicación», «el medio al que nos referimos»... Ambos querían superar cuanto antes esta pregunta para continuar con sus vidas, y el presidente apenas tuvo un pellizquito de pasión cuando rechazó la sospecha de participación del Estado y «sus cloacas». Pensé que Rajoy acabaría absolviendo a Duran e imponiéndole como penitencia tres porrompomperos para que continúe siendo un proyecto de ministro de Exteriores el resto de su carrera, ya sin muletas.
Por lo demás, poco jugo hubo. Rajoy y Rubalcaba siguen trabados en la podadora social versus la herencia recibida. Y S1, que aún sostiene con pasión el relato de las reformas necesarias y la responsabilidad ciudadana, cada vez despacha con más displicencia las descripciones apocalípticas de S2, que se refirió, un año después de las elecciones, al «triste aniversario» para la nación, como si se cumpliera el de una catástrofe natural. Teníamos curiosidad por comprobar cómo legitimaría Gallardón sus tasas disuasorias, y el argumento fue audaz: la protesta, dice, es corporativa, propia de lobbies que pierden poder para ganar dinero a costa del sistema. No me miren así, que lo ha dicho el ministro, no yo.
David Gistau / El Mundo
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