viernes, 9 de noviembre de 2012

0 Mas, los nazis y Justo Molinero


Aunque solo fuera por respeto a la memoria de seis millones de judíos, es una obligación moral no incurrir en el uso frívolo del término nazi como arma retórica arrojadiza. Por ventura, tanto en España como en el resto de Occidente esa lacra vergonzosa, el nazismo, ya solo habita en las páginas de los libros de historia. De ahí que resulte igual de injusto que improcedente tildar de nazis, como más de una vez se ha hecho, a los nacionalistas catalanes. Huelga decir que ni Artur Mas ni Oriol Pujol son nazis. Claro que no lo son, aunque, a veces, lo parezcan. Y no pienso ahora en ese complaciente silencio del president ante el propósito de colgar de un árbol a los periodistas en exceso críticos, anhelo que acaba de hacer público un célebre protegido suyo, el pensador Justo Molinero.
Por cierto, incitación al atentado personal contra el disidente que empieza a constituir rutinaria costumbre en los medios de comunicación catalanes. Recuérdense los muy festejados precedentes de Sostres y Boadella, o el asesinato simbólico del propio Jefe del Estado en TV3. Pero no, no me refiero a los frutos más burdos de una pedagogía del odio que ha convertido a España y lo español en el enemigo externo contra el que todo exceso vale. Apelo a algo más inquietante: la deslegitimación del Estado de Derecho siguiendo al pie de la letra la doctrina de Carl Schmitt, el jurista de cabecera de Hitler. La súbita conversión de Mas en el médium místico que descifra para los simples mortales la voluntad sagrada e inobjetable de un ente metafísico llamado Cataluña.
Los movimientos de masas en las calles como suprema instancia legitimadora de los discursos políticos. La consideración de cualquier discrepante como poco menos que un quintacolumnista merecedor de pronto escarmiento. La transformación del proceso electoral entre partidos en una liturgia plebiscitaria, ceremonia germinal en la que "el pueblo" es llamado a ratificar la gran decisión previamente adoptada por el líder providencial. Esa escenografía obsesiva de mástiles y banderas. Todo recuerda mucho más a la Europa de los veinte que a la del XXI. Y también, a qué negarlo, a otro mesías de opereta, Dencàs, gritando "¡Viva España!" antes de desaparecer por las alcantarillas de las Ramblas. Para siempre. 
José García Domínguez / Libertad Digital

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