No se le puede negar encanto romántico y justeza genealógica a la nueva forma de protesta universitaria que el pasado miércoles tomó diferentes puntos de la capital para actividad tan revolucionaria en nuestro sistema educativo como… dar clase. Romanticismo se precisa una porción para soportar este frío mesetario que te acuchilla el hueso secamente; y genealogía porque la intemperie ya ejerció de aula en los buenos viejos tiempos del Liceo de Aristóteles y sus alumnos peripatéticos, que significa itinerantes porque aprendían paseando.
Los estudiantes contestatarios de hoy son más de organizar sentadas que paseos, pero concedamos lo novedoso de dar clase en la calle. Más que nada porque los universitarios españoles han venido formándose en la cafetería. La calle, el paraninfo, el comedor, el cespecito donde tomaban el sol las de Derecho, la salita de ensayo de la tuna… son los lugares totémicos a los que debe la universidad española su rubro de prestigio añejo desde los tiempos de El estudiante de Salamanca. Enseñar en el aula es obsesión de sociedades protestantes y de clima continental, como los conceptos levemente siniestros de pleno empleo y productividad.
Muchos de los entrevistados el otro día en pleno trabajo intelectual, pongamos que en El Retiro o en el faro de Moncloa, confesaban –con un poco de comprensible azoramiento– su pertenencia a carreras de Humanidades, singularmente de Filología, que es el gremio académico de uno. Y expresaban el mismo temor a la desaparición de las filologías que uno ya se maliciaba cuando contaba con los dedos más profesores de Románicas o Eslavas que alumnos de Románicas o Eslavas. Mi quinquenio, además, coincidió con el señor Aznar en el poder, con el Prestige y con las escarapelas del no a la guerra prendidas en las solapas nostálgicas de los docentes sesentayochistas a modo de salvoconducto oportunísimo para acogerse a unas pellas verticales con coartada humanitaria, siendo así que su deber y nuestro derecho estipulaba la traducción de la guerra de Troya de Homero, no de la guerra de Irak de Bush.
—No podemos enseñar lo que queremos. Vamos a estar completamente condicionados a las directrices de la dirección que vienen dadas por una estructura comercial y capitalista —explica un profesor de Arte del CES Felipe II al que no entendería Tiziano si resucitara solo para ello.
Conste, como filólogo, que yo estoy de acuerdo con la escuela peripatética y con la universidad de lo inútil y lo provocadoramente anticomercial. Para lo útil los griegos ya tenían esclavos. Lo que no supimos vigilar los de letras fue el momento en que los esclavos se pusieron a estudiar Económicas y Empresariales y nos pusieron a todos en la calle.
Jorge Bustos/ La Gaceta
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