Dice Bardem que al gobierno le viene bien tanto paro, pero mejor le vendrá a Bardem, pues entre tanto parado algún santo habrá que celebre su fiesta, la fiesta de Tosantos, yendo al cine a ver a James Bond, otro signo de degeneración de lo anglosajón.
De lo anglosajón copiamos lo malo, como las calabazas de Halloween y los comics de Bond (nuestro Torrente), y dejamos escapar lo bueno, como no premiar a Joe DiMaggio por ser marido de Marilyn, mientras que aquí premiamos a Casillas por ser amigo de Xavi.
Bardem es un santo laico y la santidad es una aristocracia: es ser príncipe del Cielo, o para los laicos, tener una estrella en Hollywood, como Bardem, que con su ingenuidad intelectual tiene algo de fray Martín de Porres, aquel santo para pobres, para mulatos y para emigrantes que, hijo de un señor de Burgos y de una negra liberta, salió de Panamá y llegó a lego dominico para hacer milagros ingenuos que, al decir de Foxá, hubieran entusiasmado a Samaniego o a Iriarte.
–¡Educación! ¡Sanidad! ¡Cultura! –grita Bardem, creyendo llamar por su nombre a las cosas.
“Juntos comen en un plato / el perro, el ratón y el gato”.
Pues un día fray Martín obligó a comer en un plato a un perro, a un ratón y a un gato. Y otro día, a un obrero que caía de un andamio, lo detuvo fray Martín en el aire hasta que su superior le dio permiso para salvarle la vida. Después, burlándose de la gravedad de la Tierra, volaba al convento de Santo Domingo para llevar el agua y la alfalfa a los toros de lidia limeños que eran propiedad de los frailes, el más envidioso de los cuales llamaba a fray Martín “el mulatón engreído”.
–¿Cómo se interpreta una idea? –es lo que, al volar, Bardem deja en el aire.
Como el Tenorio, Bardem. Como el Tenorio.
Ignacio Ruiz Quintano
ABC
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