Nada nuevo bajo el sol. El próximo domingo volverá a acontecer en Cataluña lo que sentenciara el maestro Rafael Mesa, más conocido por el Guerra, en aquel memorable aforismo suyo: "Primero yo; después de mí, naide; y después de naide, Antonio Fuentes". Tal que así, primero será el Partido de la Desafección, el Cansancio y el Hastío, con diferencia el segmento de opinión con mayor presencia en la sociedad catalana; al punto de que sus militantes, esto es los abstencionistas crónicos, ya superan el cuarenta por ciento del electorado potencial. Después naide. Y tras naide, Artur Mas.
Conviene no olvidarlo: la actitud colectiva con mayor predicamento en la plaza no es la nacionalista, sino la silente disidencia de los que descreen en el sistema. Como cuando la República, por cierto. Exactamente igual que en tiempos de la hegemonía cenetista y su antipoliticismo entre el proletariado de la que llamaban la Rosa de Fuego. Y es que, con todo su ruido y su furia, el nacionalismo jamás ha logrado superar el treinta y tres por ciento del censo local. Hazaña histórica, la de conseguir atraerse a uno de cada tres catalanes mayores de edad, que logró en 1984, o sea, en tiempos de María Castaña. Nunca más, ni siquiera hace dos años, la suma de los votos separatistas –léase CiU más Esquerra y apéndices varios del secesionismo irredento– llegaría a alcanzar ese techo.
Primera lección: contra lo que parece, no son tantos; se pongan como se pongan, todos juntos y en unión no pasan de un millón y medio de almas. Segunda lección: siempre son los mismos. Fatalidad demográfica que los condena a vivir en un perpetuo sistema de vasos comunicantes. Esto es, si CiU sube, necesariamente Esquerra baja; y viceversa. De ahí que Mas necesite un auténtico milagro a fin de coronar la ansiada mayoría absoluta. Por un lado, no perder ni un solo voto, ni uno, de cuantos lo respaldaron hace veinticuatro meses, un minuto antes de que pusiese en marcha la podadora del gasto clientelar. Por otro, lograr arrebatar doscientas mil papeletas a los soberanistas (más) radicales. Hoy por hoy, una quimera. Lo dijo el clásico: lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Pues eso.
José García Domínguez / Libertad Digital
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