La presidenta salva al Príncipe
Las dos banderías de la grada del Calderón, distantes ayer en los colores y en los anhelos deportivos, coincidieron sin embargo en una pulsión expresada con un insulto unánime y atronador: el odio a Esperanza Aguirre. Con la torpeza con que irrumpió en este asunto, la presidenta logró que la hicieran pasar por el origen del problema, cuando no fue sino la más vehemente, y menos reflexiva, de todas las reacciones suscitadas por el propósito vindicativo de la mayor parte de ambas hinchadas, conjurada, con el apoyo formal de algunos parlamentarios supuestamente honorables y trajeados, para faltar el respeto al himno y a la Corona. E insisto en lo de mayor parte porque, en los aledaños de las gradas centrales, ayer fue posible ver a hinchas del Athletic aplaudiendo y largando vivas a España en plena pitada.
Irónicamente, la presidenta de Madrid y 'Marianne' inspiradora de la porción castiza del PP hizo un favor imprevisto al Príncipe de Asturias, que acudió al estadio sin la compañía de su esposa, acaso renuente a soportar volúmenes altos de voz. Esperanza Aguirre logró escalar hasta el número uno de los grandes 'hits' del odio nacionalista. Por encima de la bandera, del himno, de la nación y hasta de la Corona. Por lo que terminó concitando sobre ella, aun ausente, toda la ira y quitó presión al Príncipe, a la vicepresidenta del Gobierno y a las demás personalidades que apenas hubieron de aguantar 27 segundos de ruido y furia antes de que el fútbol trascendiera el ambiente podrido de toda la semana.
Igual que la Inquisición quemaba muñecos en ausencia del condenado, la presencia no física de Aguirre fue lo único que de verdad ardió en el auto de fe de los nacionalistas, que se ampararon en sus declaraciones para acudir a Madrid como más les gusta: agresores que pasan por víctimas, legitimados como tales: siempre el agravio colectivo.
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El Príncipe encajó la pitada sin alterarse, como si se tratara de un gaje menor del oficio, y se sentó para permitir que empezara el juego. Ahí terminó su medio minuto de exposición.
Mientras caían los goles del Barcelona, uno reparó en que a la gente del Athletic no le quedaba humor ni para cantar un elefante se balanceaba. El fútbol les estaba tratando de tal modo que un desalojo y suspensión ordenados por Aguirre casi habrían supuesto un alivio.
David Gistau/ El Mundo
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