Ya que no fuimos a la guerra con Argentina por la expropiación de Repsol, el hostigamiento británico a nuestros pesqueros y el desaire isabelino nos brindan ahora la oportunidad de remediarlo y armarle una naumaquia guapa a Inglaterra en aguas de Gibraltar, y de paso cobrarnos la revancha por lo de la Invencible, que iba siendo hora. Con el 50% en paro, la Liga finiquitada y el bar del 15-M chapado, o la juventud da pronto cauce alternativo a su natural fogoso o puede degenerar hasta el punto de casarse y desbocar la natalidad del modo más irresponsable. Y nada aplaca mejor los transitivos ardores juveniles que la guerra, como sabían los clásicos. La modalidad del combate militar, asimismo, obliga según me han contado a un considerable despliegue físico que tonifica los músculos y rebaja la adiposidad abdominal, acumulada por efecto del sedentarismo forzoso tras una ruptura peronea, por ejemplo. Declararle la guerra a Inglaterra antes del veranito allegaría una continuación de la operación bikini por otros medios, que resulta igual de vinculante para los tíos desde que las tías se han puesto así de exigentes, y no sería mala cosa alistarse para tratar de complacer su expectativa de canon praxiteliano y licenciarse luego a tiempo de pisar las playas hecho un brazo de mar.
Aunque haya pedido “paciencia estratégica”, yo veo a José Manuel García-Margallo muy capaz de declarar una guerra al alba y con tiempo duro de levante no ya por un islote sino por todo un Peñón. A Margallo le adorna un empaque de otro tiempo, como de catedrático de Latín o confidente del Rey en la noche del 23-F. Incluso se me parece un poco a Harold Bloom. Así que en Margallo tiene uno depositadas todas sus esperanzas bélicas.
Jorge Bustos
La Gaceta
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