lunes, 9 de mayo de 2016

0 Los grandes expresos europeos

Muchos de ustedes los conocieron: Compañía internacional de coches cama y grandes expresos europeos, estaba rotulado sobre las ventanillas. Hasta el nombre evocaba glamour y aventura. Uno se acostaba en Madrid y se despertaba en París o en Lisboa. También podía disfrutar de una buena cena en el vagón restaurante cuando por el pasillo un empleado agitaba la campanilla anunciando «Primer turno... Segundo turno» como Louis de Funès en la película Fantomas. Llegabas descansado, duchado y desayunado. Era una forma cómoda y agradable de viajar. Un servicio que, con las limitaciones propias de los tiempos, se mantuvo operativo hasta no hace mucho. Lo caro del asunto quedaba compensado al ahorrarte dos noches de hotel por viaje; así que frente a las incertidumbres y humillaciones de los aeropuertos, el coche cama o el más económico vagón de literas ofrecían una alternativa estupenda. Nunca fui a París de otro modo mientras los trenes nocturnos de Renfe funcionaron. Me gustaba ir en ellos. Por desgracia, esa compañía que antes llamaba pasajeros a los viajeros y ahora los insulta llamándolos clientes suprimió el de París, condenándonos al avión. Pero mantuvo el de Lisboa. Y en él viajé el otro día. Para mi desdicha.


Eran los mismos vagones de la última vez, hace cinco o seis años. Pero con el deterioro, no reparado por nadie, de todo ese tiempo. Una especie de caspa ferroviaria. Subí al vagón con desasosiego al comprobar el escaso mantenimiento general. No había ningún empleado en el andén, así que busqué mi departamento y me metí en él. Al rato apareció un señor portugués bajito y se quedó parado en la puerta, mirándome con cara de preguntarse qué haría allí aquel pringado. Me pidió el billete de ida -rompió el de vuelta al cortarlo con mucha torpeza- y le di una propina generosa, natural para alguien que supones, según las viejas tradiciones de los coches cama, que va a ocuparse de tu bienestar durante toda la noche. Y confieso que su expresión de indiferencia al guardarse el billete me alarmó. Va a dar igual que me des propina o no, decía aquel careto. Para lo que hay.

Arturo Pérez-Reverte
XL Semanal
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