domingo, 30 de junio de 2013

0 Los secuestrados en la memoria


El Centro Nacional de Memoria Histórica dio a conocer hace poco un informe estadístico sobre el secuestro en Colombia.

Las cifras son impresionantes: de 1970 a 2010 se han cometido 39.058 secuestros en 1.006 de los 1.102 municipios de Colombia. Entre las víctimas figuran 3.000 menores de edad y 1.200 ancianos. 301 personas fueron secuestradas más de una vez; una de ellas, cinco veces.

Los secuestros han sido cometidos mayoritariamente por guerrilleros, paramilitares y delincuencia común.

El informe constituye un esfuerzo notable: da con las cifras y las organiza; luego les procura un contexto, una perspectiva histórica. Al establecer por primera vez las dimensiones numéricas del problema, genera interés en un tema que desde hacía años era percibido con indiferencia por la mayoría de los colombianos.

Porque no nos digamos mentiras: después del rescate de la excandidata presidencial Íngrid Betancourt, la comunidad internacional no volvió a preocuparse por los secuestrados colombianos, y hasta el gobierno nuestro pareció desentenderse del problema.

El informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, digo, vuelve a poner el tema sobre el tapete.

Más allá de los alcances de esta magnífica base de datos, es necesario mantener en la memoria colectiva a las víctimas y a sus familias. Evocar sus nombres, sus rostros, sus historias. Al recordarlos ejercemos presión sobre el gobierno y sobre los captores: ignorar a los secuestrados no es una opción.

Necesitamos tener presentes sus rostros porque, como decía Ruud Lubbers, Alto Comisionado de las Naciones Unidas Para los Refugiados, "sin imágenes no hay compasión y mucho menos reacción política urgente".

Nunca olvido, por ejemplo, ciertas voces que han pronunciado frases dolorosas sobre este drama. La de doña Carmen Medina, madre del sargento William Pérez, quien permaneció diez años y cuatro meses en poder de las Farc.

"Mientras mi hijo estuvo ausente", me contó, "no dejé de servirle por las tardes su plato de comida. La gente decía que yo estaba loca, pero a mí eso me hacía sentir mejor, porque comer sin saber si él habría comido era algo que me partía el alma". 

De esa terrible sensación de culpabilidad que a ratos sienten los familiares de los secuestrados, me habló también Carolina, la hija del exsenador Luis Eladio Pérez. Ella se sorprendió más de una vez lamentando el haber celebrado el chiste casual de algún amigo, solo porque se preguntaba si era justo reír mientras su padre sufría en la selva.

Además se sentía desconcertada durante los periodos en que no recibía pruebas de supervivencia, porque no sabía si estaba llorando a un vivo o a un muerto.

Años atrás, la esposa no identificada de uno de los secuestrados le describió esa sensación de manera muy gráfica a la revista Semana: "me siento como una viuda sin muerto y una divorciada sin papeles".

El de los secuestros es uno de los capítulos más infames de nuestra larga historia de infamias. Es justo que queramos echarle tierra definitivamente, pero no antes de que vuelva a la libertad el último de los cautivos.

Alberto Salcedo Ramos
El Colombiano

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