jueves, 20 de junio de 2013

0 Cómo romper un micro

El sentido teatral concede importancia incluso al modo de bajar el micrófono después de las intervenciones, que tal vez se ensaye delante de un espejo. Rubalcaba, por ejemplo, suele ser delicado, lo recuesta como si temiera que le fueran a cobrar las averías, como si tuviera una percepción especial, solidaria, de la fatiga de los materiales. Pero la costumbre es bajarlo con determinación de zapatazo de Kruschev, como si el micrófono fuera el punto de exclamación que remacha la trascendencia de lo dicho y la ira de quien lo dice. El ademán ha de tener luego continuidad en la forma de sentarse, aun a riesgo de desestabilizar el asiento y de acabar en el regazo del vecino.

Soraya Rodríguez dio ayer a la bajada del micrófono un matiz como de película de Jackie Chan. Lo abatió con un golpe de kárate que no admitía dudas acerca de lo indignada que estaba, y que en realidad no hacía sino prolongar el histrionismo que ya ha consagrado como estilo personal: esos barridos que hace con el dedo índice castigador que algún día dejarán tuerta a una taquígrafa, esos aspavientos a los que hace temibles la asimetría picassiana de su cólera. Es cierto que lo que acababa de manifestar sólo podía decirse así: que, detrás de las reformas de la educación y la gestión de las becas, hay una aviesa conjura del PP para que no haya «igualdad de oportunidades» y sólo los niños de la derecha puedan ir al colegio y así terminen dominando el mundo. Levantándose como si se fuera a arremangar igual que Bud Spencer, la vicepresidenta le respondió que las becas están vinculadas a la idea del mérito y la capacidad, «valores que son ajenos» a su formación política, pero evitó pronunciarse sobre la pulla de Bárcenas y los sobresueldos que la portavoz socialista también le envió. En este sentido, Sáenz de Santamaría hizo lo que suele: esquivar un problema que pertenece a la jurisdicción del partido, no a la de Moncloa, y por el que ella no va a sacrificar un ápice de credibilidad personal.

Con todo, en el parlamento hay calma chicha. Rajoy ha logrado taparlo con una manta ignífuga, al crear la expectativa del entendimiento ante la emergencia nacional. Las voluntades de pacto tienen neutralizado a Rubalcaba, quien, con tal de no incordiar, terminará preguntando al presidente cuál es su color favorito. Incluso Rosa Díez estuvo más desapasionada de lo habitual cuando exigió medidas contra la pobreza infantil, que Rajoy, pese a anunciar la inversión en ayudas del 0’7, contextualizó en el problema general del desempleo. La última esperanza morbosa fue la comparecencia de Montoro, que atribuyó el esperpento de la Infanta a la multiplicación de un error inaudito. O sea, que aventó una incertidumbre que desde ahora concernirá a todos los ciudadanos sobre la falibilidad de la Agencia Tributaria.

David Gistau
ABC

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