Querido
Álex:
Nadie empieza ya las
cartas con la formula “Querido+nombre” pero fruto de que esto traslade el
entorno a la vida y vitalidad de Julio
Camba, qué mejor manera de comenzar que como lo hiciera el maestro.
Perforar en el epistolario de alguien supone perforar su intimidad. Por eso me
llamó especialmente la atención, la tesis doctoral que leí hace no mucho sobre Julio Camba que desnudaba al personaje
a través de sus misivas. Ya nadie escribe cartas, salvo la administración
pública que me escribió a comienzos de 2013 una para decirme que era libre de
todo pecado a lo que me aconsejaste no tirar más piedras, y el sobre chupado se
ha cambiado por la rapidez del correo electrónico ¿Habrá que darle la razón a Nicholas Carr en que creamos mentes
superficiales? Tal vez por lo que concretemos que esta es una carta que llega
por e-mail por si algún día a alguien le interesa nuestro epistolario.
En 1913, Julio Camba marcha a Londres con la
intención de ganarse la vida escribiendo a pesar de que odiaba escribir, nada
más lejos de ese odio al periodismo que sientes o siento, pero que nos atrapa
como las máquinas de gancho a los peluches. Londres te recibe pues 100 años
después de que lo hiciera con Julio
Camba, cuya primera visión del lugar fue la de sus guardias impermeables.
En general, la descripción es de una impermeabilidad de toda la ciudad: los
sombreros, los gabanes y el suelo “¡hay que ver lo que llueve sobre ellos!”. Al
ser un hombre de costumbre hispana, vino a reparar en que los españoles no
somos impermeables, lo que es inevitablemente cierto y como –casi- todos los
escritos del autor trasladable a la actualidad: de llover aquí así, nos
hubiéramos ablandado. Así las cosas, uno no puede más que recordar las tardes
de subidas y bajadas por las cuestas de San Lorenzo, panfletos en mano, que nos
hicieron ablandecernos tanto como la propia celulosa.
Y luego está el tema de
la niebla. La que le hizo creer a Camba
que era muy temprano, pero eran las 10 de la mañana. Pero puestos en situación
¿qué son las 10 de la mañana para un madrileño?
-Yo dejé de levantarme más tarde de las 11 cuando cumplí los 23.
Me espetaste hace dos
meses en los que te quedaban 4 para cumplir los 24. 24, por cierto, que
cumplirás en Londres, allá por agosto con la niebla, la lluvia y los zapatos
para el agua que, con suerte, comprarás por Oxford Street.
Aquel día, si no
recuerdo mal, te acercaste a una taberna en Victoria y me encontraste en un
estado parecido a cuando Josep Pla
encontró a Camba a las puertas del
Palace en pleno advenimiento de la República: tambaleante con una copa en la mano.
El resultado en ambos casos fue desastroso: nosotros nos llevamos cuatro goles
en la capital londinense que casi tuvimos que facturar en el vuelo de vuelta y
los españoles sufrieron después una República que aún pasa factura.
La taberna –las
tabernas inglesas en general- guardan una idiosincrasia bastante similar y eso
a pesar de la distinta catadura social (la permacultura de Liverpool frente a
la multiculturalidad londinense) que les rodea. Es por ello que Poe las tildaba como “templos del
demonio”. Los templos del demonio huelen a bar de moqueta roída e historia
bañada en cerveza, como los linotipistas de Wolfe que borrachos, bajaban a mear al río. Allí la gente escupe al
hablar, si es que hablan, y es que ahora, con la prohibición de no fumar que después
se nos haría extensiva, ha cambiado la forma de divertirse de los ingleses. El
inglés, decía Camba, se pasaba la
noche bebiendo whisky y fumando en pipa, acciones que repetía una y otra vez
hasta las doce y media de la noche. Y al día siguiente:
“-¡Vaya,
que bien me lo pasé ayer! ¿Y usted Julio?
-No,
yo no me divertí.
-¡Pero
hombre, si los españoles son alegres!
-Precisamente
por ello que no me divirtiera.”
Por ello los ingleses
–al contrario que Camba o tú- nunca
encuentran la magia en viajar solos. Y es que toman la base de la precisión.
Base por la cual realizan el trabajo de manera metódica para llegar a los
mismos resultados a los que llegaríamos nosotros en 15 días de trabajo a saco
las dos últimas semanas de producción. Por no hablar del formalismo de los
viajes que antes mentaba que puede hacerles cambiar de opinión al momento:
“-No,
no vale la pena
-Ah
¿no vale la pena?
-No,
lo que hay que admirar es esto.
-Muy
bien, perdone usted.
El
inglés rectifica lo que hay que admirar como quien rectifica una suma.”
Aunque te llevas
últimamente una sana costumbre que ya le pasara a Julio: la afición del español indefectible por los cafés y las
charlas con amigos. Tras jugar a la pelota y verle cansado le dijeron:
“-¿Por
qué no hace usted pesas?
-Porque
me cansaría mucho más.
-Lo
ve. Son ustedes débiles.
-Es
cierto, pero nosotros resistimos a la atmósfera del café y ustedes no.”
Pero hay españoles que
tampoco lo resisten o si quiera tienen conversación para ello. Porque si algo
ha madurado nuestra amistad (al margen de la mutua capacidad de aguante) es la
no existencia de la deceleración conversacional, capaz de reír y contar a las 7
de la mañana en Alcobendas o a las tantas en Budapest, bajo el cuchicheo de una
cena a tres bandas o con 100.000 personas al otro lado del micrófono.
-¿Podéis estar 5 días
de viaje hablando y sin discutir?
Y así llevamos 10 años
conversando, como Camba con los
suyos en el café.
“-De
modo que va a usted a pasarse la tarde en el café –le
dijeron los guiris de la pelota-
-Sí,
señor.
-Yo
no podría resistir eso.
-¡Lo
ve, son ustedes unos débiles!”
El bobby grita, con lo
que es el momento de apartarse del camino literario de las aventuras de Julio Camba en Londres para comenzar a
vivir las tuyas. No sé si las escribirás o no, y si lo harás con la misma
gracia, pero yo os quiero igual. Bueno, eso no es del todo verdad, pero no
digas nada no sea que el viejo vago y refunfuñón se levante y nos descuartice con
su verbo ágil.
Darío Novo
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