domingo, 12 de mayo de 2013

0 Memorias de Julián


Julián Muñoz va a publicar unas memorias cuyo adelanto leí ayer con mucho detenimiento en LOC porque yo también voy a publicar las mías, aunque no haya tonadilleras ni candelarias -ni siquiera alcaldes ahora que lo pienso; mi vida se precipita a un doble fondo municipal, donde están los archiveros-. En esas memorias que Julián escribió desde la cárcel como Celine sus cartas, pero sustituyendo el antisemitismo por un negro, cuenta su enamoramiento de Isabel Pantoja. Una infidelidad enorme, probablemente los cuernos más grandes que se hayan puesto nunca en España, al menos por parte de un señor así. Hay que prestar atención al libro porque además esta conquista de Isabel Pantoja se trata del último acto de mérito que hayamos podido ver en un hombre de bigote. Los bigotes han vuelto pero de una manera extraña en chavales que los hacen acompañar de gafas o camisas de cuadros; la mitad aspira a que los publique Alpha Decay y la otra mitad a acostarse con los que aspiran a publicar en Alpha Decay. Salía ayer el bigote de González Ruano en una página de El País y daban ganas de montar un festival entre lo indie y lo falangista; quiero decir que la moda ha de ir con su década, porque en cuanto empieza a moverse por la Historia se acaba organizando siempre una posguerra.
El bigote de Muñoz está para el arrastre, pero al menos va incrustado en la cara adecuada; es un bigote que debe ir a juego con la hebilla del cinto para no quedarse en el espanto. Dicho esto, el proceso de conquista de la Pantoja, tan meticulosamente escrito en el libro, no lo volverá a repetir nadie de esa guisa; no al menos si existe el progreso. Muñoz habla de roneo, que intuyo como acercamiento o coqueteo: debe de ser la primera palabra en lapao. Cita conversaciones telefónicas de 11 horas ("con mi teléfono, no el del Ayuntamiento", aclara; un alcalde dedicando 11 horas del día a hablar con una cantante y le preocupa lo que piensen del terminal) y da detalles del primer encuentro "carnal" con ella con una frialdad tremenda para su esposa, "más mosqueada que un pavo en Navidad; se olía la tostada". Esa utilización de comparaciones de Chiquito de la Calzada en el libro va a dejar cortas, a mi juicio, las expectativas editoriales, que supongo estruendosas. Escribo desde el rencor literario, naturalmente, y también un poco el personal.
La carrera de Julián Muñoz merecía acabar con un Planeta, pero algo falló en la cadena de mando. Habla del polvo -el primer polvo de Julián e Isabel- con esa educación anticuada de los caballeros que luego, al teléfono, dicen: "Pero Isabel, ¿por qué te molestas?". Hombre, si vas a contar un polvo en un libro hazlo ya con todo y déjate de "carga eroticosentimental", que va a parecer eso una rueda de prensa de Pep Guardiola. Pero Julián, pendiente de las formas, no da detalles escabrosos y sólo confiesa cómo al cruzarse en el desayuno se saludaron con la sonrisa de oreja a oreja, porque hay que decir que el encuentro furtivo fue propiciado por dos amigos -uno de él y una de ella- que intercambiaron a medianoche la habitación a escondidas para que Julián e Isabel consumasen la factura telefónica en lo que debió de ser un palo de consideración para Alierta, pues al irse a vivir juntos no se hizo un ERE en Telefónica de milagro. No se cuenta en el libro si esos amigos, al tener que irse a dormir juntos a la misma habitación, también follaron. A ver si ésa era la pareja buena.
Manuel Jabois / El Mundo

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