Se reconcilian
[...] Tú pides perdón, yo lo acepto y reconciliados quedamos. En lo político debe de ser el eco de la Política de Reconciliación Nacional que impulsó el PCE en 1956. El antecedente es interesante. Los comunistas plantearon la reconciliación como sustitución de la lucha armada, partiendo de la hipótesis de que vencedores y vencidos de la Guerra Civil podrían reconciliarse para acabar con el mal común de la Dictadura. Con independencia del realismo que demostrara en su momento, el proyecto comunista acabó materializándose en la Transición, un tiem-po que se quiso sin vencedores ni vencidos.
Al parecer la «reconciliación» vasca también pretende esa paz. O sea que después de que 858 personas fueran fríamente asesinadas, después de los heridos y los agobiantes exilios y sin que este programa de intimidación y barbarie haya producido un rédito político ni siquiera innoble, asesinos y víctimas deberían situar-se en el mismo plano moral. Y lo verdadera-mente inconcebible: también en el mismo plano técnico, es decir, como si asesinos y víctimas hubieran llevado pistola. Aún más inabordable que esa paz es el «mal común», el proyecto político bajo el que debería aglutinarse la reconciliación. En la estrategia de reconciliación comunista era la democra-cia. ¿Pero qué proyecto político común puede reconciliar hoy a víctimas y asesinos?
Nada, ninguno.
Basta con examinar fijamente al anima-lito para advertir qué plomo lleva debajo del ala eufemística. La reconciliación es un asunto estrictamente nacionalista. Líos de familia. Psicodramas. Son los adultos y los muchachos los que deben pedirse perdón, recíprocos. Unos por ser tan impetuosos y apasionados, tan impacientes. Los otros por no comprender el fuego que brota del noble pecho de la juventud. Por lo demás, ellos sí tienen un proyecto político. Por el que luchar, muy reconciliados. El proyecto común es la independencia y la segregación de los españoles: con los cuales, y por ineludibles razones ontológicas, no puede haber reconciliación.
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Arcadi Espada
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