jueves, 27 de octubre de 2011

0 Hasta las puertas de la muerte (I)


Mohamed Ali, electrocutado por el Parkinson, es una celebridad nacional, una talla en el posible monte Rushmore del deporte americano que terminó de reconciliarse con su nación cuando encendió el pebetero olímpico en Atlanta'96.
La situación de ambos demuestra cómo Ali siempre supo utilizar su propio personaje, increíblemente carismático, para enviar a sus rivales a las sentinas de la memoria, mientras un país con complejo de culpa ni siquiera le subía a él a la cuádriga a alguien que le recordara que era mortal.
Ali, según Norman Mailer, representó la fuerza del ego, la misma que dejó impresa una huella sobre la superficie de la Luna, al menos hasta que se hizo antipático por desafíos al sistema tales como su militancia en la Nación del Islam. Daba el espectáculo de su arrogancia rimada, y el público no sólo se entusiasmaba, sino que interiorizaba como propias las inquinas de Ali y enviaba a sus adversarios al lado malo del maniqueísmo.
Ali se lo hizo a Sonny Liston, el criminal encauzado en la cárcel por el boxeo, el luchador tosco que llevaba puesto el gueto como un microclima, su primer gran enemigo que salía de la rivalidad conFloyd Patterson -fue después de derrotarle en Miami cuando se subió a la esquina y gritó «Eat your words» a todos los periodistas que auguraron su derrota- y caído después en desgracia y hallado muerto de un disparo en una habitación de hotel de Las Vegas.
Y se lo hizo también a George Foreman en Kinshasha, cuando las baladronadas ocultaban el miedo a la formidable pegada del rival -a Ali se le mudaba la expresión cuando veía, hendido, el saco contra el que había entrenado Foreman- y el grito de «Ali, Bumaye» («Ali, Mátalo») le convirtió en una suerte de redentor de la Marvel que por comparación transformaba en villano al púgil que cometió un primer error al bajar del avión llevando de la correa a un pastor alemán: el perro que recordaba los que llevaban los represores belgas.
Pero con Joe Frazier, quien no en vano fue su Némesis y le arrastró en el tercero de sus combates míticos «lo más cerca que se puede estar de la muerte», Ali fue especialmente cruel. Tanto, que 30 años después intentó pedirle perdón a través de un periódico. Por haberle llamado «gorila» y «Tío Tom». Por haberse mofado de un púgil estoico sin recursos de oratoria. Por haber humillado en aquellas ruedas de prensa en las que casi rapeaba al mismo hombre que le ayudó cuando a él le habían quitado la licencia por no ir a combatir en Vietnam y que reconoció que no podría considerarse a sí mismo campeón del mundo de los pesos pesados hasta que no le permitieran reñir ese cinturón con Mohamed Ali, extraviado durante tres años en el exilio interior: «Ningúnvietcong me ha llamado nigger».
Tal fue el odio, el que décadas después algún promotor intentó exprimir aún más metiendo en el cuadrilátero a Laila Jacqui, hijas de Ali y Frazier, que Smokin' Joe no se siente reparado por la petición de perdón, sino que confiesa que no le gustó el honor concedido a Ali en Atlanta y, con mala leche, presume de estar en plenitud física, sin Parkinson y en forma para calzarse de vez en cuando los guantes: «Ali ni siquiera es el que me pegó más duro. Ese fue Foreman».
David Gistau

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