Pocas cosas, muy pocas, y poca gente, todavía menos, se sabe invencible a día de hoy. El propio Pep Guardiola, que se sienta en un banquillo desde el que hace historia del deporte cada día, decía el otro día que todas las mañanas piensa que siempre puede venir un vendaval que le deje fuera. El recientemente fallecido Steve Jobs siempre manifestaba que, en la medida en que sus lanzamientos a nivel mundial funcionaban cada mejor, debía entregarse más todavía a su empresa, puesto que ya le habían dejado tirado cuando empezó con su primer proyecto en el garaje de su casa. O el mismo Zapatero. Quién le iba a decir a éste hace menos de cuatro años que iba a verse con la cara colorada convocando unas elecciones anticipadas para un 20-N, casi nada.
Pero esto sí que sí, sin discusión, es tan imparable como la arrancada en tres cuartos de campo de Messi. Los Movimientos que ahora me ocupan pueden aglutinar todos estos adjetivos sin problemas, estoy seguro. Además, y respecto a todos los ahora citados, su imbatibilidad no viene desde el talento, desde la creatividad o productividad, ni mucho menos desde el trabajo y la perseverancia. Efectivamente, tenéis razón, el que no tiene ni idea de dónde viene la sublime posición de nuestros protagonistas soy yo, por eso me he puesto a escribirlo.
Comenzando por los precursores de estos invencibles, organizaciones para más señas, diremos que son dos. La primera de ellas la fundó Iglesias, que no le debe su apellido a su fervor y tradición católica, no, sólo es casualidad. Se llamaba Pablo, Pablo Iglesias, el buen hombre que acertó en echar a andar esta máquina invencible en España a finales del siglo XIX. El otro es Camacho, que no le debe su apellido a la pertenencia a la estirpe del actual Seleccionador de China, es otra casualidad. Así pues, Camacho, Marcelino Camacho, arrancó el otro transatlántico inexpugnable, en su caso a mediados del siglo XX. Presentados los actores principales, ahora debería pasar a su obra. Y sí, me habéis vuelto a pillar, aquí me vuelvo a perder, todavía no sé muy bien qué hacen. Por lo visto me defienden a mí, y a ti, y a él, a los trabajadores españoles. Debo ser muy burro, porque estoy en las mismas que tú, ni les conozco ni han hecho por conocerme, así que no entiendo por qué ese afán de guardaespaldas laboral, ni por qué van separadas si en teoría luchan por lo mismo. Ah, se me olvidaba, también dicen que ayudan a nuestra formación y posicionamiento laboral. Decir, decir, no dicen mucho más, y hacer, hacer, todavía menos.
Así las cosas, los trabajadores españoles podemos sacarnos un carnet para afiliarnos y ayudarles económicamente, y actualmente el conjunto de sus afiliados no llega al 3% del total de los trabajadores. Por cierto, que esto sí lo sé, sus nombres son Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CC.OO), y el sector al que se dedican, el de los sindicatos de clase. Por todo lo dicho, suelen recibir al año unos 190 millones de euros de subvención del Estado, tienen a unas 200 mil personas “liberadas”, heredan los mejores edificios de las grandes ciudades a coste cero, y ningún tipo de ida o vuelta política, social o económica va a poder con ellos, los únicos “trabajadores” del mundo que trabajan sin riesgo son ellos.
Ahora sí, ahora entendéis que por incomprensible y despreciable que es el duopolio de la nada que se han montado éstos, servidor haya decidido tirar de sarcasmo desde el mismo titular en el que hacía referencia a la mítica novela de Víctor Hugo, que no hablaba de los invencibles, sino de “Los Miserables”.
Luis F.V.
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