Cuando la política se quedó sin argumentos, echó mano de la ficción alegórica. La oligarquía en el Poder necesitaba que las historias fabulosas que había inventado y el conocimiento de lo que se llamó “los héroes de la gentilidad” sirviesen de culto referencial que explicase el orden instituido. El hombre es un poderoso genio constructor que acierta a levantar mitos sobre cimientos inestables: el “rey” Artur (Mas) destaca en ese difícil juego del agua en movimiento que forma un edificio de mentiras. Prepara para este martes el debate de la IX legislatura del Gobierno catalán, como hicieron en su día Jordi Pujol, Pasqual Maragall y José Montilla, hábiles arquitectos de ese edificio del nacionalismo catalán hecho con telarañas ideológicas, suficientemente liviano para que nadie se perciba de ello.
La materia de los conceptos es extremadamente delicada; los líderes de la Generalitat practican un discurso identitario que es admirado no por su inclinación a la verdad ni al conocimiento puro de las cosas, precisamente. Ellos elaboran una definición del ideario independentista y a continuación, después de ponerla en circulación en la opinión pública, declaran “he aquí que Cataluña estorba y desde Madrid nunca se ha defendido con entusiasmo las lenguas cooficiales”, como ha declarado recientemente el consejero de Cultura Ferran Mascarell, a pesar de la alucinante iniciativa conjunta de varios partidos —todos los grupos menos el PP, UPyD y UPN— en el Congreso de los Diputados que reivindicaba el pasado 14 de septiembre el modelo de inmersión aprobado en 1983 por el Govern.
Con ella se defendía desde Madrid —no desde Tokio ni Reikiavik— el derecho de los alumnos a recibir la educación en catalán, el centro de gravedad en la escuela catalana. Tras ese “derecho” se encuentra la “obligación”, por cuanto el español se convierte en una lengua auxiliar, en una asignatura: el bilingüismo, que es la capacidad natural que un hablante posee para utilizar indistintamente dos lenguas, camina hacia un monolingüismo forzado en la docencia de las distintas materias. Es cosa de los políticos, ya se sabe, y de sus descubrimientos de las “verdades” del nacionalismo, como la de la inmersión, la acción de introducir al pueblo en un ámbito determinado, como el conocimiento de una lengua.
Los chiquillos catalanes, acostumbrados a usar de buen grado el español y el catalán cuando les viene en gana, terminarán por hablar mal las dos lenguas, por aquello —ya saben— de que ninguna enseñanza que venga impuesta será asimilada. La casta política española en los últimos treinta años jamás ha tenido ni la más remota idea de historia, literatura, arte, filosofía ni mucho menos de lengua. Décadas de ignorancia y de ministros del sonrojo educativo, delincuentes ágrafos e iletrados, así lo avalan.
Como la imagen multiplicada artificialmente de un arquetipo, así los mitos del nacionalismo catalán van calando poco a poco en los estudiantes. La bandera no oficial “estelada” o estrellada, por ejemplo, que preside el acto institucional en el monumento del jurista Rafael Casanova (1660-1743) —que no era independentista, sino partidario del Archiduque Carlos de Austria—, se la inventó Vincenç Albert Ballester a su regreso de un viaje a Cuba, en 1902. Este emblema independentista lo creó Ballester a partir de las cuatro barras tradicionales del señal Real de Aragón a las que añadió el triángulo con esa estrella de Venus que vio el creador de la enseña cubana, Narciso López, en Nueva York, siguiendo el modelo de la divisa de Cuba, país que quería convertirse en uno más de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX y fue rechazado por la actitud racista estadounidense. Tal vez, los secesionistas catalanes prefieran unirse a los cincuenta estados de la república federal constitucional estadounidense, quién sabe. Habría que preguntárselo a Mas, el sacrificado president que ahora le hace guiños al líder de ERC, Oriol Junqueras: “ahora como mínimo hay que tener una actitud abierta y dialogante para escuchar y también para hacer cosas”, ha dicho Su Majestad el Rey Artur con respecto a los independentistas, con los que quiere sacar adelante —junto al PSC— las tres leyes ómnibus.
“Els Segadors”, himno oficial catalanista, fue recogido por primera vez en 1882 en elRomancerillo catalán por el filólogo Manuel Milà i Fontanals, donde se aprecia el contenido —la revolución de los campesinos en 1640 contra Felipe IV porque los obligaba a alojar en sus casas a los tercios de Flandes—, y sufrió una importante modificación a manos de Emili Guayavents, en 1899. “Els Segadors” original no cuenta ni canta nada distinto a lo que hicieron Lope de Vega en Fuenteovejuna y Peribáñez y el Comendador de Ocaña o Calderón en El alcalde de Zalamea. Nada que ver con el sesgo separatista actual que llama a afilar bien la hoz para atizar un buen golpe al enemigo “al ver nuestra enseña”, del que se sirve la propaganda nacionalista.
La reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña vuelve sobre la de 2010 y la de 1994, que afirma que lo constitucional es un modelo de bilingüismo integral o de conjunción lingüística, lo que es de toda lógica y supone el rechazo frontal a que los niños reciban la enseñanza en una sola lengua de las dos cooficiales, siempre a elección del estudiante, al que siempre se le quiere arrebatar la libertad desde sus primeros años de vida, acostumbrarlo a que decidan por él. Lo demás es encaje de bolillos catalanes y forzar a que las generaciones de los pequeños catalanes desconozcan cómo funciona la que también es su lengua, la lengua en la que Miguel de Cervantes escribió la novela moderna; la lengua que hablan 450 millones de personas en todo el mundo.
Ni los padres ni la Administración autonómica pueden escoger la lengua vehicular en las escuelas de Cataluña: es a ellos, a los escolares, a los que les corresponde un derecho constitucional inalienable.
David Felipe Arranz
Extraído de El Imparcial.es
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