Los hondureños hostigaron a los inmigrantes salvadoreños, llegando a expulsar a 10.000 de ellos. Hubo acusaciones mutuas de atrocidades mientras se sucedían los disturbios en ambos países que culminaron en el asesinato del vicecónsul de El Salvador y en la ruptura de relaciones diplomáticas.
La guerra estalló el 14 de julio, cuando aviones salvadoreños bombardearon Tegucigalpa, mientras sus tropas invadieron territorio hondureño y se recrudecieron los disturbios. La guerra del futbol duró casi cinco días. Hubo seis mil muertos, veinte mil heridos; muchas aldeas fueron arrasadas y unas cincuenta mil personas perdieron sus casas y sus tierras.
La falta de control social por parte de las autoridades, que eran, como mínimo, ampliamente tolerantes con los alborotadores, permitió que los disturbios fueran incrementándose hasta derivar en un conflicto entre gobiernos. Una vez estallada la guerra, la intervención de la Organización de Estados Americanos logró el cese de las hostilidades y la retirada de las tropas salvadoreñas.
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