Cuando logró liberarse, bajó trastabillando del aparato. Apareció el piloto con un pequeño extintor: “¡Corre, imbécil!¡Esto va a explotar!”. Gregg vio a cinco personas alejándose a toda prisa, pero él volvió al amasijo de hierros.
Estaba oscuro. Oyó el llanto de un niño. Empezó a revolver frenéticamente entre los restos del desastre hasta dar con el pequeño. Comprobó su estado: era una niña, estaba ilesa. Se la entregó a otro superviviente y regresó al interior del avión. El fuego avanzaba.
Encontró a la madre de la niña atrapada entre los hierros. Estaba inconsciente. No podía levantarla, de modo que la sacó del avión empujándola con los pies.
Todavía no entendía lo que había sucedido, ¡era todo tan surrealista, la destrucción era tan enorme…! Habían desaparecido trozos enteros del avión: cerca del fuselaje, la mitad de una casa amenazaba con derrumbarse y, cuando se incendió el combustible, se oyeron explosiones por todas pares.
Gregg volvió al interior del avión en llamas. Encontró a dos de sus compañeros, tan malheridos que no podían moverse, pero logró rescatar a otros dos: Bobby Charlton y Dennis Viollet. Los sacó arrastrándolos por el cinturón.
Declan Hill
Juego sucio: fútbol y crimen organizado
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