Entre las más sorprendentes respuestas con voluntad analógica está la del Holocausto. ¿Serían capaz de hacer chistes sobre el Holocausto?, respondieron, preguntándose, cierto género de cafres. Como suele suceder, la reacción fue adquiriendo plausibilidad mediática, que es la plausibilidad. Y en los cortes audiovisuales o en los párrafos de los periódicos se levantaba como un resorte el monigote preguntando: ¿Eh, y del Holocausto, qué?¿Eh? La deriva ha llegado hasta el punto de comparar la burla sobre una patraña con la del asesinato de millones de personas. Esta analogía tiene, de todos modos, un fundamento: que es la imposibilidad, precisamente, de la justa analogía. La pregunta procedente es: ¿Serían capaces de hacer chistes sobre el judaísmo? Pero la respuesta los baldaría, claro. No solo porque sean habituales en la prensa musulmana las caricaturas sobre el judaísmo y los judíos. Sino porque el judío, históricamente, ha sido sobre todo un personaje de viñeta. De ahí la inexorable necesidad del salto cualitativo.
Nuestro mundo, libre y laico, ha diseñado un espacio de acuerdo sobre la ofensa. La injuria, en términos jurídicos. Los totalitarismos religiosos (y no religiosos: en el 1984 orwelliano tampoco se podía mostrar el rostro del Gran Reconstructor) pretenden ampliar ofensivamente ese espacio. No solo matan (es decir, irrumpen criminalmente en el espacio público) en nombre de dios. Aún peor: pretenden que comamos y riamos también su nombre. Cuidado con la sátira, decía El País. Y no se sabe si precaviéndonos o advirtiéndonos.
Arcadi Espada
Periodismo práctico
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