Este el efecto pernicioso de la bendita invención de la Red en su concepción básicamente gratuita hoy vigente. Internet se lleva sólo el 17% de la tarta publicitaria —porque los anunciantes no confían en el impacto de las promociones lanzadas a través de tan volátil e indiscriminado soporte—, y sólo el 19% de los internautas se declara dispuesto a pagar por una información de calidad. Mientras tanto, las ventas de los diarios impresos siguen cayendo, los periodistas siendo despedidos, la precariedad instalándose como norma, el público eligiendo lo fácil. Todo lo cual redunda en una crisis deontológica de carácter sistémico: no hay dinero para pagar el tiempo y a la gente capaz de contrastar la información o de escribirla con esmero, con lo que la verosimilitud sustituye a la veracidad y la prosa escolar al estatuto ilustrado, a la vez que la falacia apresurada pero efectista triunfa en medios tan linajudos como The New York Times, abrigo de reporteros estrella que se inventaban tal cual las noticias. La solución a lo Sarkozy de financiar con fondos públicos a la prensa condena inevitablemente su independencia. Y la salud democrática, asociada a la transparencia, empeora sin grandes aspavientos, más bien en virtud de un compadreo sutil pero ya tupido entre periodistas, empresarios y políticos. La prensa ya no es el contrapoder de los otros tres, dice Ramonet, sino un poder más, con sus intereses privados de supervivencia al margen de su vocación de servicio. Se trata de halagar el gusto de la masa, y si la masa no conoce a Lord Jones, pues no se habla de él aunque presida el Gobierno.
Hasta aquí, diagnóstico certero. Lo que ocurre es que nada de esto es demasiado nuevo en el ámbito siempre amenazado del periodismo libre. Internet lo es como causa, pero su cosecha de precariedad y venalidad es vieja como el primer periódico. Yo no me preocuparía demasiado por esta explosión cibernética, que al final se saldará con el darwinismo habitual, dejando vivos a los mejores gracias a lectores-clientes de élite, como sucedía antes de la gran masificación. Uno tampoco pondría los ojos como bolitas de alcanfor ante esa necedad del “periodismo ciudadano”, porque en el fondo la mayoría de blogs y webs particulares, cuando no vertientes de narcisismo pueril, son pozos de plagio desatado que no subsistirían sin vampirizar el trabajo diario de las grandes manchetas tradicionales, llamadas a seguir cumpliendo su función jerarquizante (“el hombre moderno es un ignorante saturado de información”, se afirma en el libro). Como advierte Arcadi Espada, el buen lector no compra el periódico sólo para reafirmar sus ideas, sino también para saber qué lugar ocupan esas ideas en el mundo. En una ocasión publiqué un pequeño ensayo sobre estos asuntos que mereció un honroso comentario del propio Espada en su blog.
Jorge Bustos
Jot Down
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