Se dijo que la caricatura de Mahoma con el turbante explosivo no debía ser publicada porque muchos musulmanes la percibían como un agravio. Naturalmente. Pero no debería olvidarse un agravio anterior, aunque ya veo que incomparable: las bombas, aunque sin turbante, que en nombre de la religión mahometana diseminan por el mundo un apreciable puñado de fieles. Si hay algo obvio en la vida y en la retórica es que toda caricatura es una sinécdoque. La parte por el todo. O quizá el todo por la parte. Reprocharle la sinécdoque a la caricatura es prohibirla. Que es en el fondo lo que se pretende. Reprochando su método retórico, su carácter provocador o su bajeza artística el mensaje está claro: hay asuntos sobre los que no se debe proyectar el sarcasmo. Sin embargo, el pintoresco apaciguamiento socialdemócrata no acaba ahí. Sino que recalaba luego en obviar una distinción evidente: una cosa es que el diario danés Jyllands-Posten publicara las caricaturas y otra muy distinta que otros diarios la reproduzcan para dar cuenta del suceso creado en torno a ellas. La autocensura del propio derecho de cita revela hasta qué punto la bienpensancia ha acabado convirtiendo en sagrados estos iconos. Su comportamiento era ya el de fieles intransigentes; si unos prohíben el rostro de Mahoma hay otros que prohíben no solo el original, sino la copia. Dios mío, yo que puedo nombrarlo.
Cuando un juez de Pensilvania dio la razón a los darwinistas frente a los creacionistas, el editorialista del diario El País, escribió lo siguiente: “La sentencia de Pensilvania muestra que en EEUU existen los mecanismos para que la sociedad se defienda contra lo que ya no puede calificarse sino como superstición. Está en su naturaleza que los fundamentalismos intenten imponer sus verdades. Y en la esencia de los estados democráticos, que estos defiendan el libre acceso a la ciencia, al conocimiento, a la cultura, y a la libertad de culto y debate”. En este asunto de las caricaturas, sin embargo, escribió profilácticamente: “Toda persona debe ser respetuosa con las creencias de los demás”. Si la teoría del diseño inteligente es una superstición supongo que, igualmente, la imposibilidad de representar icónicamente a Mahoma será considerada como tal y rechazada. ¿Entonces?¿El respeto? La posibilidad de que la representación de Mahoma ofenda solo puede darse en un contexto: entre mahometanos. Es pecado. Como es pecado, parece, comer carne de cerdo. ¿Respeto a las creencias? Por supuesto. Yo tengo aquí una: soy ateo. Yo me siento frecuentemente insultado por mi condición ¡Quia insultado!: acoquinado, despreciado, humillado. La impresionante superioridad moral del creyente. Lo primero que les viene a la boca es respeto. Es decir: tú no estás autorizado. Y naturalmente lo estoy. Puede que yo no sea digno de entrar en su casa. Pero cuando las creencias se manifiestan fuera de la casa el asunto cambia. Cuando las caricaturas de Mahoma, de Cristo y de (A)teo se pintan fuera de sus respectivos templos no hay ofensa posible. ¡Cómo podría yo ofender a nadie diciendo que dios es un tarado!
Arcadi Espada
Periodismo práctico
0 comentarios:
Publicar un comentario