martes, 15 de mayo de 2012

0 El Derby de Kentucky es decadente y depravado (X)


Dejé a Steadman trabajando en el bar Paddock y salí para realizar nuestras apuestas en la cuarta carrera. Cuando regresé, él observaba intensamente a un grupo de jóvenes alrededor de una mesa, no muy lejos de ahí. “Dios, mira la corrupción de esa cara!” susurró. “Mira la locura, el miedo, la avaricia!” Yo miré, y luego me di vuelta rápidamente. La cara que él había elegido para retratar, era la cara de un viejo amigo mío, una estrella del fútbol escolar, en aquellos buenos días, que tenía un elegante Chevy convertible de color rojo y una mano muy rápida, se decía, para desatar los broches de sostenes tamaño 32B. Lo llamaban “El Hombre Gato”.

Pero ahora, una docena de años después, yo no podría haberlo reconocido en ninguna parte salvo aquí, donde tendría que haber esperado encontrarlo, en el bar Paddock, el día del Derby…ojos gordos y sesgados, una sonrisa de chulo, un traje de seda azul y sus amigos mirando como si fueran cajeros de banco corruptos en mitad de una borrachera…

Steadman quería ver algunos coroneles de Kentucky, pero él no estaba seguro de cómo eran. Le dije que regresara a los baños de hombres en el Club y buscara a tipos vestidos con trajes de lino blanco vomitando en los urinarios. “Ellos tienen normalmente grandes manchas marrones en la solapa de sus trajes,” le dije. “Pero mira sus zapatos, ahí tienes la señal. Muchos de ellos evitan vomitar sobre sus ropas, pero nunca olvidan sus zapatos.”

En un cuarto no lejos del nuestro estaba el coronel Anna Friedman Goldman, Presidente y Guardián del Gran Sello de la Honorable Orden de los Coroneles de Kentucky. No muchos de los 76 millones o más de Coroneles de Kentucky estarían en el Derby ese año, pero muchos mantenían la fe, y varios días antes del Derby se reunieron para su cena anual en el Hotel Seelbach.

El Derby, de hecho la carrera, estaba programada para la tarde, y mientras la hora mágica se aproximaba le sugerí a Steadman que deberíamos pasar más tiempo en el campo, ese océano hirviente de gente que se extendía desde la pista hasta el Club. Él estuvo un poco nervioso respecto a esto, pero ya que ninguna de las horribles cosas sobre las que le había advertido se cumplieron—no hubo protestas, incendios, ni ataques salvajes de borrachos—se encogió de hombros y dijo, “Bueno, hagámoslo.”

Para lograrlo tuvimos que pasar muchas puertas, y cada una nos llevaba un paso más abajo en la escala social, después cruzamos un túnel bajo la pista. Saliendo del túnel sufrimos un choque cultural tan grande que nos tomó un tiempo acostumbrarnos. “Dios todopoderoso!” susurró Steadman. “Esto es…Cristo!” Sin pensarlo, se zambulló entre la multitud con su pequeña cámara, caminando sobre los cuerpos, y yo lo seguí, tratando de tomar notas.
Caos total, no hay forma de ver la carrera, ni siquiera la pista…a nadie le importa. Grandes colas en las ventanillas de apuestas, luego parados atrás para ver los números ganadores titilar en la gran pantalla, como en un bingo gigante.

Viejos negros discuten sobre apuestas; “Manténlo ahí, te sostendré esto” (mostrando una pinta de whisky, un puñado de dólares); una niña jugando al caballito, poleras que dicen, “robada de la cárcel de Fort Lauderdale”. Miles de adolescentes, grupos cantando “Let the sun Shine In”, diez soldados protegiendo la bandera de EE.UU y un tremendo gordo usando una camiseta de fútbol americano azul (Nº80) tambaleándose de un lado a otro con un cuarto de cerveza en la mano.



Hunter S. Thompson
Scanlan's Monthly,1970

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