viernes, 2 de marzo de 2012

0 "¡Oh excelso muro, oh torres coronadas de honor...!"

¡Ay, mi mezquita!
Es la niña de sus ojos, el «happy end» de sus mejores sueños, la estampa bucólica de sus desvelos, el edén melancólico al que quisieran regresar si no se lo impidiera una pandilla de curas ladrones y malvados, dicen ellos, que se apropian de lo que no es suyo y encima le dan el uso que no corresponde. Nunca se les escuchó preocuparse por el patrimonio y es probable que cuando aprovechen algún puente para ir de viaje tengan más interés en el vino, las tapas y los escaparates que en las fachadas y piedras que les enseñan los guías.
Pero con su Mezquita es diferente. «¡Ay, mi Mezquita de Córdoba!», lloriquean con el mismo deje que el Azarías de Miguel Delibes y Francisco Rabal tenía para decir «Milana bonita». No han leído demasiado del Islam —no han leído demasiado, en general— y no les importa mezclar churras con merinas, así que en los castillos en el aire que les vienen a la cabeza en las mañanas de poco trajín se imaginan un gigantesco hormiguero de trajes blancos que peregrinan a un patio con naranjos, cipreses y palmeras.
Por los rincones de Internet, como una bola del viejo «pinball» que va rebotando por esquinas, luces y barreras chirriantes, fue circulando ayer un texto que hablaba sobre ella —«¡Ay, mi Mezquita de Córdoba!»— aunque en realidad fuera mucho más elocuente sobre quien lo escribía. Con un titular de esos que ahora justifican atropellos porque hay muchos desocupados que pinchan y miran, aunque ni el más pintado sea capaz de acabar el segundo párrafo, el gazpacho de letras y mentiras tuvo su minuto de gloria durante todo un día y hasta los más descreídos —«¡Milana bonita!»— se encendían como chorizos al infierno con un texto que con un poco más de gracia sería de esos que recopilan los errores como catedrales, con perdón, que se dan a veces en los exámanes.[...]
Luis Miranda /ABC
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