lunes, 12 de diciembre de 2011

0 Amigo y tocayo, José Ortega Spottorno (I)

Está el muchacho en la finca que su tío Pepe tiene en Fuentelahiguera, en la cuenca del Henares, una finca de caza donde hay mucha perdiz y algún jabalí que en las noches sin luna suelen hozar en el huerto y desbaratarlo. En la corraliza se encierra un pequeño hato de moruchos y, entre ellos, un becerrete que se llama Vinagre con el que hay que andar con cuidado. El muchacho se apellida Ortega, tiene 14 años y un gran entusiasmo por la fiesta de los toros. Una tarde se decide, salta la valla y se coloca delante delVinagre, con la chaquetilla veraniega a modo de capote. El bicho se arranca y Ortega la da unos cuantos lances pero va perdiendo terreno y, al cuarto, el aflojo le: derriba y le pasa por encima. El vaquero acude presuroso y quita al chico de en medio. Nada grave ha pasado, sólo unas magulladuras. Aquel muchacho, tan ufano de su hazaña, iba a ser con el tiempo Ortega... el filósofo, que no adquiriría su fama ciertamente en los ruedos taurinos, sino en el gran ruedo ibérico -igualmente arriesgado- como una de sus figuras intelectuales más preclaras.El otro Ortega, el torero, el gran Domingo Ortega, que no ha podido hace unos días dar su último quiebro a. la muerte, consiguió, además de la fama, la gloria, esa gloria suprema que es, en una buena tarde, la gloria taurina. No le fue fácil porque, como observó Gregorio Corrochano, su cronista más madrugador y certero, "no viene a torear para el público, sino para el toro y para él. Tiene la autoridad y el valor de torear para él, le guste o no le guste a la gente", que al final se le entregaría entusiasmada.
José Ortega Spottorno
El País, 2/6/1988

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