jueves, 22 de septiembre de 2011

0 Crónica sentimental del universo de Josep Pla (I)

Para ver a un escritor en su paisaje es probable que haya que empezar por su cuna y por su tumba. El niño Josep no nació en el ya famoso Mas Pla sino en la calle Nueva de Palafrugell; pero el escritor es todo de esa hermosa y un punto severa masía del cercano villorrio de Llofriu, donde eligió vivir poco después de la Guerra Civil, coincidiendo el drama colectivo con la frustración íntima del fin de su matrimonio con Adi Enberg. Pla pasó allí cerca de 40 años, alternando la casa con viajes más o menos improbables y alguna estancia en Barcelona.
«Era una casa grande, algo desmantelada, inmensa. Es la típica casa romana: una gran sala central, con una chimenea de campana al fondo y las habitaciones alrededor. En esta casa he vivido un montón de días -miles de días- en completa soledad. He pasado en ella todo tipo de momentos. En invierno, más allá del fuego de la chimenea, la casa es muy fría. En verano es una delicia. El vientecillo del sur, en la gran sala en penumbra, hinchando la cortina de la malla de la puerta, el leve cric-crac de las cañas de la otra cortina… A mi madre nunca le gustó la casa: la encontraba demasiado holgada. A mí, en cambio, me gusta, porque es como si fuera capaz de proyectar la soledad en forma física: las grandes habitaciones vacías, mudas; las puertas siempre algo entreabiertas; el silencio, roto por un instante por el crujir de una carcoma en un mueble, el tintineo lejano de un reloj de caja, un mueble reflejado en un espejo… El mejor momento de la casa es cuando llueve —y sobre todo cuando llueve toda la noche».
Arcadi Espada
El Mundo, sábado 6 de agosto de 2011

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