martes, 27 de septiembre de 2011

0 Crónica sentimental del universo de Josep Pla (VI)

Acabada la guerra Pla atravesó unos años de profundo desconcierto. Había llegado a Barcelona junto a Manuel Aznar y otros vencedores para hacerse cargo de La Vanguardia Española. Pero no se fiaron de él y prefirieron contratar a Luis de Galinsoga. Nada más llegar al periódico este recio murciano escribió un artículo: Un catalán en Barcelona. Y es fama que Pla comentó entre dientes: «Ja n’hi ha un». Decepcionado volvió a Llofriu, a hacerse cargo de su pasado. Probablemente fue Galinsoga el que lo convirtió en un literato. Inmediatamente produjo dos libros extraordinarios, Viaje en autobús y Cadaqués. Pero creo que él no era del todo consciente de su valor. De hecho creo que durante un rato fantaseó con abandonar la escritura y dedicarse a extraños oficios, como la pesca y el contrabando. Todo estaba en movimiento, incluida su vida íntima, a lomos entonces de la lúbrica y misteriosa Aurora Perea, que después de muchas noches en L’Escala y en el Hotel Viena de Barcelona acabó marchándose a la Argentina. Hay un paisaje mítico de aquellos años de madurez e incertidumbre, donde situó precisamente su cuento formidable, Contraban. El Jonquet, en el camino del cap de Creus.

«Que El Jonquet es una de las caletas más finas y agradables del Mar d’Amunt de Cadaqués —cuando menos, a mi modesto entender-, me parece que todo el mundo podría compartirlo. Es un pequeño fiordo situado al norte de Portlligat, que tiene en ambas orillas unos montones de pizarra considerables, de un color plomizo muy oscuro, que se proyectan sobre el mar. La caleta está resguardada de toda clase de vientos, excepto del viento de levante, al que está encarada. A mí me gusta más que cala Bona, que cala Jugadora, que cala Fredosa, y ya con el golfo de León muy abierto, que Culip, El Culleró y cala Portador, ya en el término de Port de la Selva. Ahora bien: El Jonquet tiene un defecto, su falta de profundidad, lo que la excluyó del sistema de pesca cuando en Cadaqués se cumplieron las ordenanzas de este sistema. La mejor prueba de ello es que no existe ninguna barraca comunal, ni derruida ni en pie. Salta a la vista que en esta caleta ningún falucho de luz convoyó el pescado azul -anchoa, sardina, caballa o escombro-, faluchos que en aquella época se iluminaban con la luz de las antorchas vegetales, y que los bancos de pescado se pescaban con las jábegas tiradas desde tierra».

Arcadi Espada
El Mundo, sábado 8 de agosto de 2011

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