Vagabundeaba por la calle. Nadie sabía quién era, para los habitantes de Belgrado era un indigente más. En el mercadillo de Kalenish, un amigo suyo tenía una tienda de cedés. Ahí mataba el tiempo. Pasaba días sin comer nada, no quería pedir dinero a nadie por orgullo, aunque su colega, a la fuerza, le dejaba unos dínares para que se comiera una pljeskavica, una hamburguesa serbia que no cuesta más de un euro y medio actualmente y tiene el tamaño de una txapela. A cambio, le barría la acera enfrente de su tienda. Iba por la calle con una barba enorme, vestido solo con un abrigo de Dolce & Gabbana y un chándal.
“Cuando tenía dinero me gustaba compartirlo todo y regalé todo lo que tenía, hasta mi ropa, me quedé casi desnudo, no tenía ni calcetines ni calzoncillos, tuvieron que comprarme la muda en el mercadillo. Mi hermana tiró del dinero que ahorraba para la guardería de mi sobrino y me dijo: Sasa, has tocado fondo”.
Empezó a pensar en todo lo que habían hecho con sus vidas los futbolistas de su generación y se quería suicidar: “Mi único pensamiento era que me trajeran una pistola para matarme”. Pero mira, cambió su suerte. Un amigo le había inscrito en Gran Hermano sin que él lo supiera. Le llamaron, por supuesto.
B92 era una radio serbia puesta en marcha por estudiantes contrarios a la dictadura comunista. En los 80, toda la música underground la pincharon ellos. Introdujeron el hip-hop, la electrónica, el rock de Seattle. Todo. En aquellos años oscuros era lo único a lo que muchos jóvenes pudieron agarrarse. En los 90, que todavía fueron más oscuros, fue el único medio de comunicación que se opuso a Milosevic. El presidente no se atrevía a meterlos en la cárcel, o directamente matarlos, porque estaban muy bien conectados en el exterior y hubiera sido un escándalo internacional. Además, le servían para que pareciera que había pluralidad en el país. En el fondo, no eran más que una emisora de punks. Sin embargo, pasaron los años, aguantaron más que el sátrapa, que vendió caro el tour de force, y la radio pasó a ser una televisión. Actualmente, es la cadena más independiente, menos nacionalista y que más lucha porque el país entre en la UE. Pero hacer tele es muy caro. Sus problemas de financiación son tremebundos. Por eso no se anduvieron con escrúpulos, compraron los derechos de Gran Hermano seguros de que iban a dar el pelotazo para poder sobrevivir. Efectivamente, triunfaron y la edición VIP fue una forma de seguir haciendo caja, luego se desentendieron del asunto.
Como era de esperar, Sasa se convirtió rápidamente en uno de los concursantes más carismáticos. “Me daban ataques de pánico ahí dentro, solo pensaba en salir, es horrible estar encerrado con gente que no son tus amigos, da yuyu, por eso me concentré en hacer bien las pruebas y me pasaba el día cantando”. Allí abrió su corazón ante la audiencia. Contó sus andanzas, que había tocado fondo. Se ganó al público.
Su frase “¡sácate el tonto!” fue motivo de mofa entre los demás concursantes. Hasta que otro personaje de cuidado, el DJ y relaciones públicas, Pedja ‘The boy’, un anciano melenudo, se lo tomó a pecho, se sacó el pene y golpeó repetidamente con el glande en la mesa del salón diciéndole cositas a los eslovenos, a los bosnios, a los croatas… (Los realities se retransmiten para todas las ex repúblicas yugoslavas) Por una vez, Sasa era el gracioso y otro tío el payaso. Ganó el concurso.
Álvaro Corazón Rural, Jelena Arsic y Sasa Ozmo
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