El extinto Zetapé, consumado maestro en las picardías siempre bajunas del politiqueo menor, gustaba encarar el Debate del Estado de la Nación con una estrategia tan simple como eficaz. Apenas comenzaba a hablar, lanzaba una retahíla arbitraria de cifras, porcentajes y estadísticas macroeconómicas vomitada sin ton ni son. Un muy viejo truco de algunos gacetilleros: soltar cascadas de números y más números que, si nada explican, impresionan y confunden a los simples, que es de lo que se trata. Luego, cuando le llegaba el turno de réplica, un Rajoy ya enmarañado en el caos inextricable de aquel zarzal aritmético no lograba hilvanar algún orden lógico hasta el fin de la sesión. Zorrerías de pícaros.
Pero el gallego, que es gente más seria, no recurrirá a idéntico ardid a fin de salvar su propio expediente. Lo más probable es que trate de aferrase como gato panza arriba a un par ficciones para vender la mercancía de la austeridad: el alivio cierto de la prima de riesgo y el superávit de la balanza comercial. Aunque la mejora de la primera más tenga que ver con la decisión de Draghi y Merkel de impedir que el euro se suicide a lo bonzo. Y la segunda no refleje otra cosa distinta que nuestro empobrecimiento nacional. Al cabo, vendemos un poco por ahí fuera únicamente porque lo damos de saldo concediendo ganar una miseria. Nada para echar cohetes.
Ocurre que, tantos años después, lo de Solchaga empieza a resultar cierto. Solo hay, ahora sí, una única política económica posible. Y quien la pergeña hasta en sus detalles más nimios mora a miles de kilómetros de Madrid. Estrechísimo, el margen de maniobra del Gobierno linda por la izquierda con las revueltas del pan al estilo tunecino y, por la derecha, con la ira de unas clases medias asfixiadas por los impuestos. Las toneladas de demagogia que a buen seguro se verterán desde la tribuna del hemiciclo en las próximas horas disponen ahí de sus dos marcos de referencia. Porque claro que el mercado resolverá está crisis, igual que antes resolvió otras. Pero se tomará su tiempo. Quizá una década. Quizá más. Sigan, pues, los frívolos tirando piedras contra su tejado. Los antisistema ya están en la puerta.
José García Domínguez / Libertad Digital
0 comentarios:
Publicar un comentario