Corría el último minuto de
partido. El Atlético buscaba el empate de manera desesperada tras un
avasallamiento al Rubin Kazan. Tan loable a la par que ineficaz. El Calderón,
destemplado como un baño en el Mar del Norte, contemplaba como Asenjo se marchaba a rematar el saque
de esquina final. Quedaban 90 minutos en Rusia, lo que sumado al 0-1, mal
resultado sí, pero no pésimo, sonaba un tanto bizarro.
La broma salió cara. Fue costosa
porque Orbáiz sentenció la
eliminatoria en una contra digna de un capítulo de Benny Hill. Ni el añorado humorista británico hubiera imaginado una
persecución tan cómica. Asenjo
corría a su portería con el mismo desatino que Mark Renton huía de la policía en Trainspoting, Mientras, la grada
del Calderón volvía a sentir el deja vú de la derrota “a la atlética”. Sin
medias tintas. Para que hacerlo mal, si puedes hacerlo muy mal. Y los tártaros,
que pasaban por allí, se marchaban a Kazan con un resultado expléndido. ¿Bye
bye Europa League? Todo apunta.
Pero antes de llegar a ese último
minuto propio del cine más cómico, el Atleti había demostrado estar en un bache
profundo. Muy profundo. Porque el Atlético de Simeone es puro nervio, algo que ha perdido desde la vuelta de las
vacaciones navideñas. Las revoluciones de un equipo tan dependiente de sus
piernas han bajado a niveles alarmantes, lo que supone que cualquier equipo le
puede pintar la cara.
Ayer le tocó a un Rubin Kazan
ordenado. Recordó a ese equipo que asaltó el Camp Nou en plena era Guardiola, cuando el mantra de Pep destrozaba rivales sin cesar. Sin
una fisura en defensa, a la vez que aprovechaba lo que le regalaba el Atlético.
Porque el Atlético regaló, y mucho. El primer presente fue el tempranero gol de
Karadeniz tras el enésimo fallo de Asenjo en el rechace. La coartada del
palentino sobre su infortunio en el club rojiblanco se desmorona en cada
partido que disputa. Es un mal portero, no hay más de donde sacar.
Cuando el Atlético se quiso dar
cuenta de que la Europa League es esa competición la cual defiende título, los
rusos habían montado su línea defensiva. Ríete tu del cerco de Stalingrado. Por
aire o por tierra, el Atlético se mostraba impotente e incapaz de imaginar una
jugada peligrosa.
Al borde del descanso Sharonov decidió equilibrar fuerzas.
Pensó el buen ruso que si con once jugadores en el trabajo defensivo el Atleti
no entraba, quizás con 10 lo tendría más fácil. Y se autoexpulsó. Gracias por
el detalle.
En el segundo acto, Simeone entró en una transitoria
histeria contagiosa propia de la ribera del Manzanares. Dio por hecho que el
Rubin Kazan no daba para más en ataque, y así fue, para arrojar todo lo que
tenía en el área de Ryzhikov.
Con empuje, algunas veces
recordando a la primera línea de ataque de los All Black, y poco, muy poco
fútbol, arrinconaba el colchonero a los tártaros. Pudo ser Adrián (una especie de Benjamin
Button futbolístico a la inversa) o Cebolla
en sendas ocasiones clarísimas ocasiones los que hubieran puesto la
igualada en el marcador. Hubiera sido lo más justo, pero ayer el destino tenía
preparado un bofetón de realidad al Atlético.
La última jugada fue un epígrafe
indigno para la defensa de un título. Hay vuelta en Moscú, pero el Atleti debe
plantearse que con tan poco fútbol es difícil llegar mucho más lejos. Se
avecina Sevilla en el horizonte…
A.Briega
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