Para dar por demostrada una tesis no sólo deben aportarse
datos que la apoyen, también otros que, al menos en apariencia, la contradigan,
con vistas a refutarlos o interpretarlos de algún modo que permita sobrevivir a
aquélla. No hace falta ser un experto en religión comparada para comprender
que, a la hora de tratar de demostrar que el protestantismo, a diferencia del
catolicismo, considera el trabajo agradable a Dios, habría que aludir a lo que
tienen que decir al respecto personajes tan caros al catolicismo como Santo
Tomás de Aquino o Santa Teresa de Jesús. O José María Escrivá de Balaguer.
Tampoco parece justo condenar a las naciones católicas
por no respetar la división de poderes, cuando fue precisamente en ellas donde
primero se registró una separación –todo lo imperfecta que se quiera– entre las
esferas civil y religiosa, separación que fue destruida en buena parte por la
Reforma protestante allí donde triunfó. Cuando Vidal afirma que la Reforma
supuso un gran avance financiero no sólo no aporta datos que respalden tal
posición, sino que deja de lado el hecho de que la banca moderna nació, como
tantas otras cosas, en las bien católicas repúblicas italianas; y que si
examináramos el tamaño de nuestro sector financiero y su proyección internacional
en la actualidad no saldríamos precisamente mal parados en una hipotética
comparación con naciones de mayoría protestante.
Del mismo modo, siendo muy admirables los trabajos del
protestante John Locke, al que se podría considerar con justicia uno de los
padres del liberalismo, ha de consignarse que en su tratado en favor de la
tolerancia religiosa hacía una notable excepción: la religión
"papista". Tampoco la teocracia ginebrina de Calvino –cuyas
prohibiciones en muchos casos recuerdan a las de los talibanes– puede
considerarse un ejemplo de tolerancia ni de Estado de Derecho: vivimos en una
país en cuyas escuelas se solía mencionar, al menos en mis tiempos, la triste
historia de Miguel Servet, ejecutado en Ginebra, y no en España, por interpretar
la Biblia de forma distinta a la del tolerante reformador francés.
Así se podría seguir casi tan prolijamente como don
César; bueno, igual no, porque en capacidad de escritura sólo Asimov podría
igualársele. Pero tampoco creo que haga falta para concluir que ninguno de los
males que denuncia es exclusivo de España ni de los países católicos en su
conjunto. Por cierto: conviene no olvidar que las virtudes y los defectos que
señala Vidal no están uniformemente repartidos en el seno de las sociedades: en
Estados Unidos, los asiáticos muestran un desempeño económico mejor que los
blancos anglosajones y protestantes, y difícilmente pueda explicarse este hecho
aludiendo a la Reforma y a la Contrarreforma.
Cuando se aborda la formidable tarea de intentar explicar
(y comparar) las sociedades, conviene huir tanto del multiculturalismo, esa fe
irracional en que las culturas tienen todas el mismo valor, como de la
tentación de encontrar en algún aspecto cultural la piedra filosofal que todo
lo explique, error en el que han caído muchos pensadores y numerosas
ideologías. Por más aprecio que, por
obvios motivos profesionales, tenga a los
sistemas binarios, es un error asignar un valor de 1 a la religión protestante
y de 0 a la católica; o al revés, ya que estamos. Las disputas teológicas no
explican todos los procesos sociales.
Daniel Rodríguez Herrera
Libertad Digital
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