Detrás de cada una de las personas que duermen en la calle hay una historia de fracaso y desolación que desemboca en algo -o alguien, aún peor- que nadie quiere. Gente que se acurruca en portales ajenos porque no tiene apenas nada propio, salvo las circunstancias que les han llevado hasta donde ahora están. Aún recuerdo la impresión que me causó ir a bordo de un bateau por el Sena, en París, y ver a algunos de estos desheredados cobijarse bajo Pont Neuf; toda una bofetada de realidad. Muy pocas veces, por no decir nunca, reparamos en cómo será su vida, salvo que haya algo que nos llame la atención.
Sucedió en la calle Ríos Rosas, a dos manzanas escasas de la Castellana. Había aparcado frente a una entidad bancaria, de esas que tienen el cajero automático en una especie de vestíbulo. Allí, entre una maraña de cartones sucios, podía verse la cara de un señor mayor, sonriendo. Tenía un pequeño transistor junto a él, y escuchaba “Tiempo de Juego”, el programa deportivo de la Cadena COPE donde Pepe Domingo Castaño y Paco González entretienen cada fin de semana a más de un millón de personas. El programa de esa noche era especialmente divertido; doy fe porque una vez dentro del coche, lo fui escuchando hasta que llegué al sitio donde iba a cenar. Pero no podía dejar de pensar en aquel señor.
Aquella noche tuve la suerte de pasar una velada muy grata entre amigos. Dormí en mi casa y, a la mañana siguiente, recordé los mejores momentos de aquella cena. Todo esto no tendría nada de particular si no fuera porque, de repente, me vino a la mente la imagen de mi “vecino”, que se durmió escuchando la radio. Posiblemente le habría despertado el camión de la basura o el bocinazo de algún coche. Haría cola en algún comedor de beneficencia para comer y cenar, y el resto de la jornada pasaría sin más. Ni amigos, ni familia, ni nadie con quien estar.
No solemos ser conscientes de lo mucho que tenemos, frente a quienes carecen de casi todo. Para mí, escuchar la COPE los sábados que hay partido es sólo un rato más. Para aquel señor, en cambio, era un paréntesis de alegría que le permitía evadirse de la mierda de vida que tenía. Paréntesis que, a buen seguro, supondría quizá el único momento grato de su semana. Me consta que Pepe Domingo Castaño y Paco González hacen el programa pensando en sus oyentes. Ahora deben saber que entre ellos hay uno muy especial y que, con independencia de seguir escalando en el EGM, tienen la enorme responsabilidad de seguir haciéndole sonreír.
Y a otros como él que, a lo mejor, no tienen la suerte de tener una radio a mano. Es el caso de un indigente que un domingo por la mañana me pidió que le escribiese -él no sabía- en un cartel “por favor una ayuda. Gracias”. Cuando se dirigió a mí, yo estaba estrujándome los sesos pensando cuál debía ser el tema de mi columna. Ese día, tras hacer lo que aquella persona me pedía, fui incapaz de escribir una sola letra; habría sido imposible escribir algo más importante. Porque toda esa gente que está sola y sin techo debería también ser importante para alguien. Empezando por nosotros mismos.
Antonio Hualde/ El Imparcial
Así lo contaban en Tiempo de Juego
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