Las demandas continuaron.
Después de tres años de negociaciones, durante los cuales Google escaneó unos
siete millones de libros más, seis millones de los cuales todavía están bajo
copyright, las partes llegaron a un acurdo, anunciado en octubre de 2008, en
virtud del cual Google accedía a pagar 125 millones de dólares para compensar a
los propietarios de los derechos de autor correspondientes a las obras que ya
había digitalizado. Las partes también acordaron establecer un sistema de pago
que cedería a autores y editores un porcentaje de los ingresos por publicidad y
otros conceptos devengados por el servicio de Google Book Search durante los
próximos años. A cambio de estas concesiones, los autores y editores dieron el
visto bueno a Google para que continuara con su plan de digitalizar todos los
libros del mundo. La empresa también estaría “autorizada para vender, en
Estados Unidos, suscripciones a [una] base de datos institucional, vender
libros individualmente e insertar anuncios en las páginas de los libros online,
entre otros usos comerciales de estos libros”.
La solución propuesta
suscitó otra polémica aun más feroz. Las condiciones parecían conceder a Google
un monopolio sobre las versiones digitales de millones de libros “huérfanos”,
esto es, aquellos cuyos titulares de los derechos de autor eran desconocidos o
ilocalizables. Muchas bibliotecas y centros educativos temían que, no teniendo
competencia, Google pudiera elevar a su antojo las cuotas de suscripción a base
de datos. Durante la presentación de una demanda judicial, la Asociación
Americana de Bibliotecas advirtió que la empresa podría “fijar un precio de
suscripción de máxima rentabiliad para ella, pero fuera del alcance de muchas
bibliotecas”. El Departamento de Justicia y la Oficina de Derechos de Autor
estadounidenses criticaron el acuerdo, ya que según ellos otorgaba a Google
demasiado poder en el futuro del mercado del libro digital.
¿Qué
está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales
Nicholas Carr
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